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martes, 8 de diciembre de 2009

Ganas de creer

Dicen que la vida coloca a cada uno en su sitio pero eso no es probable, ni será justo.
Es como confiar en que la vida colocará la pelotita que da vueltas en el 22 negro, donde se apilan tus últimas fichas de colores.
Muchas veces he pensado que la fe es cosa de vagos o de inocentes niños a la puerta del colegio murmurando mi mamá vendrá a recogerme.
Pero de algún modo todos tenemos fe.
Recuérdense hablando de amor o de futuro o de suerte. Verdaderamente en esto estoy con la iglesia: la fe es un don. Muy mal repartido.
Cuando era pequeña era tan pequeña que no me cabía la más mínima duda (perdón, no lo pude evitar) y todo encajaba como en los rompecabezas con un suave sonido de deslizamiento, de perfección.
Los cielos eran azules y cuando no lo eran, eran de un gris hermoso e inabarcable. Cuando llovía lo hacía con toda su pureza, como si no fuera algo más, como si eso fuera la Lluvia.
Y Dios era Dios, como nunca lo fue para otra persona. Cuando de pequeña pensaba estas cosas pedía perdón de inmediato para no pecar de soberbia. Ahora puedo ser mil cosas pero no soberbia, aunque reconozco lo mucho que lo fui a los 10 años.
En el columpio llegaba al cielo y le hacía cosquillas a Dios en su bonachona barriga.
En la iglesia los haces de luz eran la mirada de Dios sonriéndome, y los aromas dulzones su aliento.
Qué paso.
A mi no me pregunten, llevo años intentando saber qué fue de mi inmortalidad, si la dejé olvidada en un banco del parque o en los escalones de un portal.
En cualquier caso, mi intención inicial no era sólo hablar de Dios, sino de su mediocre sustituto, el destino, o la vida, como decía antes.
Descanso en brazos de la vida esperando que me llegue el turno. Tengo un papelito doblado en la mano que me indicará cuándo ha llegado mi momento, pero está tan manoseado que la tinta se me ha pegado a los dedos y ya no se lee nada. Sólo es un papel viejo que ya no significa nada, aunque sigo guardándolo en el puño con el empeño del niño que espera en la puerta del colegio. ¿Cuándo me dirán que llegó mi momento? ¿Cuándo me dirán qué es lo que he estado esperando tanto tiempo, para qué vine hace tanto ya?
Empieza a molestarme estar tanto tiempo sentada sobre las manos de la vida y me muevo incómoda, buscando la manera de llevar lo mejor posible esta posición tan desagradable. Tengo algún cojín, una mantita para las noches y algunos tebeos para leer, para no pensar que estoy esperando sentada en las manos de la vida.
Se me ha pasado el turno, empiezo a barruntar.
Ese de ahí llegó más tarde que yo y ya le han llamado. Creo que se me cuelan.
Creo que esto es un timo, que estoy perdiendo el tiempo, aunque no tenga nada mejor que hacer.
Lanzo miradas furtivas a los que esperan a mi alrededor y sospecho que están tan perdidos como yo. Alguno se rasca la nuca inquieto, se pasa las manos por la cara, se desespera. Alguno se levanta para intentar entrar pero le rechazan, tú no o tú todavía no. En fin, somo muchos, alguno se quedará sin entrar.
Nadie piensa que será él.

Pienso en Dios un poco y cómo en sus manos me balanceaba como a la sillita de la reina; cómo me quedaba con él y ningún otro momento tenía que llegar. Y no deja de ser irónico que cuando creía en el cielo no pensaba para nada en él.
¿En qué creen ustedes? ¿O en qué creyeron? ¿A qué están esperando, qué imaginan tras la puerta, tras la llegada del sentido?
Tal vez alguno me avive la fe con un soplido vivo y sólido sobres las ascuas, que haberlas haylas.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Héroe del día

Por fin una noticia del periódico me saca la sonrisa. Sin haberme tomado el café todavía, fíjense lo que les digo.
Érase que se era un autobús de línea interurbano. Para ser más concretos el Portillo de Málaga-Torremolinos, que llegará más lejos pero eso no tiene importancia.
El conductor decide llamarse desde el incidente José Luis; se ve que el anonimato sin más ha pasado de moda y ahora puedes llamarte de otra manera, aunque no acierto a adivinar las razones por las que alguien se haría llamar José Luis por propia elección, ni por preservar el anonimato. Tal vez yo me hubiera puesto Anaximandros, pero es cuestión de gustos.
Pues allá que te iba José Luis con su respaldo de bolitas cuando detuvo su autobús en una parada y subieron unos niñatos enclenques y chusmones a más no poder que, pretendiendo ya vacilarle desde el primer momento, quisieron colar a uno sin pagar.
Y José Luis, rrrrrrrrrrrrrrrrrrrá, tú dónde vas, aquí abonando el billete, hombre ya.
Y el niño vacilón, ira el vieo, zi yo no me via colá shalao! Te quié ir.
Abonando, repitió José Luis. Y abonó, pero con guasa.
Fueron los mozalbetes insanos a montar el cisco en la parte trasera del bus, sin duda la más apropiada para ello, y entre gritos, insultos y fanfarronería sacaron sus botellas de whisky, sus vasos y sus porrillos para fumar. De vez en cuando alzaban una voz para alegrar los tímpanos de nuestro José Luis gritándole hio puta, me cagon tus muertos tos, pero José Luis mantuvo la templanza. Sólo un poquito. Sólo hasta el semáforo.
Se giró sobre sus bolitas y haciendo pausas a lo Clint Eastwood, impostando la voz, dijo:
- A ver, aquí no se bebe ni se fuma. Si no, os bajáis ahora mismo del autobús y a tomar por culo.
La avalancha de gritos adolescentes con ese tono entre gutural animal y rechinante en las inflexiones por el cambio de la voz no se hizo esperar, y le lanzaron hielos y vasos de plástico y bolsas de los chinos, riéndose sin parar.
Y hay que ver lo que fastidia que se rían sin parar. Guturalmente además.
El semáforo se puso en verde.
Los usuarios del bus murmuraban indignados, pero no actuaban. Tal vez confiaban demasiado en José Luis o querían llegar a su parada cuanto antes sin llevarse un botellazo en la cabeza.
José Luis pensó por un momento: "anda que aguantar a estos hasta Torremolinos... Fíjate que mala suerte, justo cuando me incoporo al trabajo tras dos semanas de baja por la agresión de otro usuario de la quinta, que me endiñó tremendo puñetazo en la boca del estómago y me dejó tirado como una bayeta. Fíjate qué mala racha, me cago en la puta de oros. Pero esto no se queda así"
Yendo nuestro héroe por la carretera de Cádiz a la altura de El torcal, maniobró vertiginosamente hacia la derecha y dejó el patinazo justo junto a las vallas que delimitan una de las incontables obras del plan E. O del metro.
Cómo! Qué! Cuándo! Todos consternados.
Pero este hombre dónde va. Una chica se puso a darle con afán al botón de parada solicitada, por si había sido ella la única en darse cuenta del craso error cometido por J.L. y la única que podía salvar la vida, a estas alturas claramente en peligro, en plan Speed.
Encaró la calle más transitada del barrio a una velocidad considerable (considerablemente alta) y esquivó cuantos coches en doble fila pudo hallar a su paso que debieron ser unos 300 o 400. Curvas cerradas, - hio puta, cabrón, ónde va-, retrovisores rozando retrovisores -que te voy a matar, te voy a buscar y te voy a matar a patás cabrón de mierda-, claxonazos de otros coches amenazando sus chapas contra las del majestuoso Portillo -me voy a ir pa ti, mamón, me voy pa ti- y, por fin, justo cuando la policía iba a pararle por andar haciendo el hollywood fuera de la ruta, la comisaría.
José Luis abrió la puerta delantera que chirrió como las tablas de la entrada de un Saloon y les dijo a los policías que le miraban sorprendidos desde medio metro más abajo:
- Agentes, aquí les traigo a unos chavales que la estaban montando buena. Hagan con ellos lo que crean menester, que tengo que llevar a esta buenas gentes a casa con sus familias.

Los agentes hicieron apearse a los delincuentes juveniles y los llevaron adentro a indentificarlos y ficharlos por alteración del orden público.
José Luis se despidió llevándose la mano al lugar donde podría haber habido un sombrero, y recibió el caluroso aplauso de los usuarios que, enfebrecidos, le hacían la ola y se acercaban a palmearle la espalda, dolorida por las putas bolitas.

FIN

lunes, 9 de noviembre de 2009

El saber os hará libres

¿Cómo lo ves? ¿Qué te parece?
La filosofía nació del ocio y el ocio, más que al contrario, es la negación del negocio.
Por lo tanto, no se puede vivir de la filosofía.
Pero héte aquí que la filosofía es el amor (filo) al saber (sofía), y a ver qué negocio montas si no sabes de la misa la mitad. Porque hay que saber mucho, y digo más, hay que saber más de la cuenta, que en ello van las perras, las gordas y las chicas, que al final se llevan Mercadona o Zara en un ciclo vital humano que deja en esquijama al rey León.
Hay que saber, nos dicen y nos decimos, porque en la formación está la clave, y también en tener un facebook molón. Pero en plan cartesiano, hay que empezar por el principio y decir a lo Sócrates "solo sé que no sé nada" para empezar a dudar de todo, incluso de la omnipotencia de las redes sociales. Te pones a empezar, empezando por buscar un lápiz con punta o, en su defecto un lápiz y un sacapuntas, y una papelera, para la virutas. He ahí el principio del saber.
Se necesita también el deseo de saber, cuyo origen en los tiempos que corren se encuentra en:
1. El desempleo
2. La necesidad imperiosa de ligar cuando dios no da otras armas (belleza, dinero o sentido del humor)
3. La modernez
Sea como fuere, si llegamos a desear saber y no se nos pasa al cabo de unos minutos, debemos afrontar que ya somos un poco filósofos. Una vez sopladas las virutas del sacapuntas nos hallamos ante las grandes incógnitas de la vida. Por qué vivimos, para qué vivimos y cómo es que estamos o somos aquí. O allí.
Básicamente por qué todo.
Como ya es extendido, si sólo pones "por qué" en Google, siendo este lo que es, peta. Y si no lo hace debería. Por lo que debemos encontrar nuestros propios caminos hacia el descubrimiento del sentido de la vida, aunque no debamos olvidar beber de las fuentes de los ancestros, y con esto me refiero a cuando tu padre te decía "porque sí, porque lo digo yo".
De entre todos los "porque sí, porque lo digo yo" podemos apreciar la evolución del pensamiento desde los primeros griegos aburridos en la plaza comiendo pipas (los presocráticos) hasta los últimos coletazos de la bioética, la psicoantropología, neuroestadística y demás que mezclan churras con merinas que es un primor, obsérvense casos como Jose Antonio Marina o Punset. ¿He dicho Punset? Bueno, como todo lo dudo, démosle el beneficio de la duda y aceptemos barco como animal acuático.
De todas las escuelas filosóficas de todos los tiempos podemos extraer un denominador común: no trabajaban ni uno. Pero ni uno. De ahí podemos deducir según el método hipotético deductivo que hambre no pasaban, porque entonces otro gallo les hubiera cantado. Me imagino yo a Montaigne mirando al cielo embelesado justo antes de recibir tremendo collejón por parte del patrón, a trabajar, jodío, que me tienes contento. Si no trabajaban para subsistir (como unos millones de personas en estos momentos en el territorio nacional), vivían más allá de la supervivencia, es decir, supersobrevivían, y el exceso de vida los llevaba plantearse la ídem. Cómo es eso, me pregunto y tal vez se pregunte usted, cómo es que la vida en dosis altas se busca las cosquillas a sí misma? Pues por la muerte.
La muerte está siempre, pero a veces no se ve, como el polen.
Y el exceso de exposición a la vida te hace alérgico a la muerte que de repente descubres que está blowing in the wind.
Como animales racionales que somos hemos recibido una dosis elevada de vanidad, porque el secreto del raciocinio es la noción del yo. La vanidad no hace nada contra la muerte, como la piedra contra el papel (que es algo que me he preguntado yo mucho, que por qué el papel puede con la piedra, no sé) y ante este muro insalvable de la extinción nos venimos abajo como el arcoyano cuando al final lo bajaron a tercera regional. Qué hacer, qué hacer? se preguntan los ociosos filósofos de todos los tiempos, y mientras le dan vueltas al tema elaboran sistemas complejísimos, casi como juegos de rol, en los que la realidad lo es y luego deja de serlo para ser pura idea, donde Dios existe y luego ya no, y donde el hombre puede ser lo mejor y lo peor de la naturaleza, y a veces las dos cosas. Dependiendo de la tirada de dados y de las cartas de defensa, ataque, magia o poder que tengas en ese momento.
Como en todo, los que se inventaban el juego rompían las reglas, y los que se las habían aprendido concienzudamente no querían ni oir hablar de una versión nueva o extendída, porque no, porque eso no es así.
Ahí téneis el secreto del éxito de lo peor de nosotros.
Una vez que hemos bebido de los ancestros y hemos aprendido a decir porque sí y porque no, dejamos a la muerte para luego y nos planteamos nuestro lugar en el mundo.
Qué es el hombre en el orden del universo? Aaaamiguito, ahí te quería yo ver. Te creías tú algo con tu lápiz recién afilado. El hombre es la cagada del bicho que digiere las heces de las cucarachas que degluten los depósitos de los murciélagos que anidan las más oscuras y asquerosas cuevas del vasto universo.
Es una teoría. Hay otras, pero son menos desagradables y no quedan tan bien. Otras como el caso de los judíos que son el pueblo elegido o de ese tío/a que tú conoces, ------, que se cree el centro del universo (rellena la línea de puntos).
En este punto va entrando la ciencia por la rendija de la puerta. Y ya se sabe, cuando la ciencia entra por la puerta, la filosofía salta por la ventana. Qué podemos hacer y cómo lo hacemos, para hacernos con un sitio dentro de este algo incomensurable que, por cierto, qué es.
En la ciencia el porquesí y el porqueno van un poco más camuflados; suelen llevar todo un séquito de secuencias lógicas  por delante y por detrás, para despistar de la posibilidad de que lo que va en el centro sea un truño muy gordo. Al contrario que los extraños compuestos dogmáticos que nos permiten luchar (o no) con nuestra finitud, los compuestos científicos son flexibles y se van modificando a lo suavón, como el que no quiere la cosa, para que dé la sensación de que siempre fueron como son ahora. Pero, todo hay que decirlo, sus manifestaciones reales son mucho más predecibles que las de los compuestos dogmáticos. Con esto quiero decir que si os ponéis malos que vayáis al médico, no seáis tontos, que además la ciencia tiene un poder que no tiene, por ejemplo, la iglesia en estos momentos: el sagrado poder de la baja laboral.
Durante un tiempo estas dos fuerzas luchaban entre sí como perrillos juguetones, más por hacer el aspaviento que por luchar de verdad, y ahora son uña y carne: no se hablan de lo que les pone de mala leche y por lo demás se llevan bastante bien.
Existe ahora esa hermosa posibilidad hermafrodita de la neurobiología que permite compaginar la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida con las conexiones neuronales, los efectos de las hormonas y las reacciones bioquímicas. Con esto tienes el kinder sorpresa, algo nuevo, un chocolate y una sorpresa.

Aparte de esto, la democratización de la cultura ha permitido que la elaboración de compuestos filosófico-científicos haya proliferado que es una barbaridad. Las plataformas de expresión ya no son sólos bancos del parque donde uno se pone a tocar la guitarrilla o a gritar "arrepentíooooos"; ahora puede uno decir lo que le parezca y combinar bebidas alcohólicas destiladas con fermentadas como si tal cosa, a la buena de dios.
Esta circunstancia hace que una tontalaba como, no sé, por ejemplo, yo, tenga recursos para florearle a los ancestros sus horas de trajín filosófico y se ponga y haga el pardillo ya no con un lápiz sino con un ordenador (qué vergüenza, es que la gente ya puede tener de todo), por puro ocio, pero sobre todo para no tener que planchar.
Qué hacéis, oh, vosotros, ahí planchados (la conciencia me llama, maldita educación judeocristiana), sin darle a la sinhueso como si os fuera la vida en ello? Por qué no habláis al unísono entonando puesyocreos y amimepareces como si no hubiera mañana? Pero qué digo, ya lo hacemos, y además con agonía, con estrés postraumático, con delirio, y a veces soltamos unas cagadas de proporciones atléticas.
Para muestra un botón.
Pero ya no podemos parar, poseídos por el ritmo ragatanga, enfebrecidos y dopados por los comentarios de otros que a veces, incluso, nos critican, qué subidón.
Yo no pienso en otra cosa, sobre todo desde que mis últimas dos entradas han cosechado 0 comentarios.
Pero sin rencores, málditos bastardos! Que aquí no ha pasado nada! Sólo les incito a que elaboren sus teorías manufacturadas en casa y sin documentación ninguna porque, amigos, el saber (más que la verdad, fíjate) os hará libres.
Y el dinero os hará ricos, os quitará de trabajar y os pondrá a pensar en cosas, y de nuevo el saber os hará libres pero esta vez con pasta, así que no olvidéis echar un cuponcito.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Una tele

Estamos de estreno.
He cambiado mi cajonaco gris metalizado de 22 pulgadas con unos 50 cm de profundidad en el que se veía la TDT a saltos, como si la tele estuviera gangosa, y la analógica con más nieve que el Himalaya cuando los sherpas murmuran para sí que vaya si está haciendo frío este invierno, por una fullHD de 32'' de LG, en la que los muñecos se mueven con una gracilidad felina y donde no se escapa un poro abierto en un plano medio. Me he quedado fascinada.
Estoy como loca por probar los dvd de Planeta Tierra para ver cuán suavecitos pueden parecer los lomos de los delfines en mi recién limpia ventana al mundo.
Qué será lo próximo, un baño nuevo? una lavadora que no se alimente con los aros de mis sujetadores? una aspiradora tal vez? una thermomix? adónde voy a llegar...
Durante un segundo, tras admirar una vez más lo suave que se deslizan las ondas acuáticas que rodean el símbolo de Xbox, he pensado en voz alta: ¿nos estaremos aburguesando?
Por toda respuesta, Miguel, sin pensárselo dos veces ha dicho: Claro, tía.
Claro, tía. Es como: ¿pero alguna vez pensaste que no eras lo que eres o que tenías otros planes? Fue como un "madura de una vez" dicho con buenas maneras, y a mi se me vino el alma a los pies.
Ya tengo la tele de plasma que tanto ilustra mis discursos después del vino cuando tomando aire suelto de carrerilla que los españoles nos creímos que esto era Jauja y que iba a durar para siempre, comprando chaleses y coches y ... sí, teles de plasma. ¿Me sirve de algo mencionar que lo mío es un LCD?
Ay, dios, si yo quería viajar, conocer mundo, hacer amigos raros, vivir en sitios feos con velas, drogarme más, cantar más, leer más, robar más libros que leer, en fin... debí empezar a sospechar que mi predilección por el agua caliente y la luz eléctrica conseguirían ponerme a trabajar en lo que viniera. Al menos tuve la suerte de que me viniera un trabajo en una librería, con posibilidad de descuento y un fenómeno que es un regalo del cielo al que en la tienda llaman "nota de examen" o "llévate un libro y ya cuando eso lo traes".
Puedo enfadarme y juntar la boca con la nariz para decir: "pero es que yo lo quería robaaar..."
Claro, tía.
Haz inventario, me dice mi yo malo, que no es tan malo, es más de dar por culo que otra cosa.
Hago inventario: primero fue el piso (primero y último, que lo termino de pagar cuando dios empieza a bostezar y mira el reloj para ver si ya queda poco para el apocalipsis) y después las estanterías de ikea. Después vinieron las sartenes de teflón, el colchón de viscolástica, el portátil, la conexión a internet, la lámpara graduable, la plancha de supervapor... y ahora la tele. Y me digo (pongan ahora a esto acento de pánfila total) " nos estaremos aburguesando?"
Claro, tía. No se podía decir de otra manera.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Voyeur

Tengo un defecto, aunque podría llamarlo una capacidad, y es que soy un poco voyeur.
Aunque no como los tipos que se pasean por descampados buscando coches con vaho, no he llegado a esos niveles de momento.
Mi voyeurismo es más abstracto, más meditativo. Es más de mirar a una señora llevando el carrito de la compra y seguirla con la mirada hasta que busca las llaves en el bolso, abre la puerta del portal y desaparece. Es más de irme enganchando a las estelas de lo que hay alrededor o utilizando el lenguaje técnico de mi madre, estar en babia.
Yo le explico a mi madre que no estoy en babia, sino en pleno despliegue cognoscitivo, que lo mío es pura capacidad analítica continuamente expuesta a miles de estímulos diferentes. Mamá, yo es que es como si mirara por las gafas de terminator todo el rato.
Mi madre me mira y se va, y el suspiro se le queda dentro porque tiene cosas que hacer.
Suelo seguirla para ver qué hace, pero ella me aspavienta con la zapatilla.
Creo que el mironismo mío viene de tanta afición a la tele, al cine o a los libros. Es que soy audiencia innata, espectadora por defecto de todo aquello que acontece a mi alrededor. Ya ven que me meto en sus vidas con toda mi cara leyendo sus blogues y que sólo escribo el mío de pascuas a ramos. He llegado a la conclusión, casi como Lennon, de que la vida es aquello que les ocurre a los otros mientras están ocupados haciendo planes, y es la mar de divertido.
Por otro lado, de tanto mirar, con el tiempo he ido adquiriendo un sentido estético de la realidad que me hace admirarla o repudiarla según la forma que tome. Tiene algo que ver con mi dignidad.
Quiero decir que por ejemplo, en el supermercado una señora se agacha y muestra a la audiencia que su idea de leggin o pantalón pitillo tiene más que ver con unos pantys y que aquello que muestra, oh, horror, dolor, estertor de muerte, son efectivamente sus bragas a través de unas medias de brillo y eso me indigna como para un duelo al amanecer.
A cambio, mi capacidad me da la oportunidad de tomar la belleza de sitios insospechados, como un ladrillito de piscina, un cromo de fútbol o unas gafas de pasta de colores.
La mayor parte del tiempo no me conformo con ver y analizar con mis gafas terminator todo lo que tengo a tiro, sino que además añado cosecha propia y razono destinos lógicos o estéticamente adecuados a cada cosa, persona o animal del gran casting que es mi ojo escrutador. Suelo equivocarme de plano, por lo que he podido comprobar, porque la realidad supera a la ficción sobre todo en mala leche. La vida tiene peor condición que yo para otorgar destinos.
Alguna vez me he preguntado si habré escarmentado alguna vez en cabeza ajena. Supongo que muchos de los consejos que doy con alegría nunca los recibí y que algunos de los casos clarísimos de inmoralidad o de reprobación con chasquido de lengua están cogidos con pinzas porque nunca supe que se sentía en tales casos. Pero aún así supongo mejor imaginar cien latigazos que recibir uno. Debería trabajar en la ONU.
Luego está la parte física. El movimiento, el sonido y la combinación de ráfagas de aire caliente ascendente con rejillas de metro, por ejemplo. Hay gente que camina requetebien y que te dan ganas de seguirlos un trecho, sólo por seguir. Pero eso ya roza lo ilegal o lo patológico y hasta ahora no he cedido a estos oscuros instintos. Pero sí que soy de las que gira el cuello cuando alguien me recuerda alguna figura de Botero, a Alaska  o a Romay, siempre por amor a la ciencia y por deducir como funcionarían las leyes físicas. A veces me gano algún codazo para que no sea tan descarada, pero oye, es que el mío es un descaro genial, ¿o es que alguien le dijo a Picasso que dejara de mirar a esas putas sifilíticas, que se podían molestar? No entienden que estoy en medio de un proceso de análisis científico cuando pasa junto a mi un patinador en el paseo marítimo. Quiero decir que veo el movimiento antes que el cuerpo movido (aunque ahí no lo apostaría todo porque a veces elijo con mucho tino el cuerpo movido, misterios de la neurología) y me recreo en el vaivén de los brazos o en el ir y venir de las piernas. ¿No es bonito? ¿no es todo jodidamente bonito?
Os pillé. No. Mi larga experiencia en el campo de la observación, igual te digo una cosa que otra, ha hecho aumentar mis miedos llevándolos a su paroxismo, como la protagonista de rec desde que se entera que a lo mejor tienen que quedarse a cenar allí. Gritos e histeria.
Eso ocurre sobre todo por la noche. Salgo de casa. Una chica aporrea una cabina y le grita a un auricular que acaba de colgar. Un perro se escapa a toda leche y un tipo corre detrás de él a gritos. Me cruzo con un hombrón enorme que emite ruiditos extraños. Por la acera de enfrente un señor avieso en chanclas me mira con un brillo psicópata en los ojos mientras tira la basura. Un grupo de niños está sentado en un banco (ahí paso verdadero horror) y gritan y se tiran pipas y se empujan. La calle es dañina, me digo, y aprieto el culo camino de casa porque sé que algo horrible está ocurriendo en algún lugar.
Y ahí es donde dejo de mirar, y si pudiera echaba mano de un cojín para taparme la nariz. Lo desconocido se esconde donde ningún ojo lo encuentra.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Ética en ayunas

Hace unos días, tras asumir quedamente que mi coche seguía en el taller un día más y que no había otra, embarqué en un vagón de cercanías a eso de las 7 de la mañana.
Sentéme a dormitar en uno de aquellos marmóreos reposanalgas y al tercer parpadeo profundo un ruido infernal me arrancó de mi "ensimismamiento". El estruendo venía de un móvil cualquiera que sostenía un hombre en su mano como si le fuera ajeno, como si no lo hubiera puesto él a funcionar.
El señor gordo que tenía a su lado y al que a la sazón había pillado también ensimismado se removió en su asiento casi con intención de quitarle la sábana a su compañero de asiento, mirándolo de soslayo pero sin pronunciar palabra.
Si las miradas hubieran matado o al menos cortado superficialmente, aquel tipo se habría ido de allí hecho un Cristo, pero bien sabemos que las miradas apenas hacen nada aunque nos empeñemos en concentrar nuestros superpoderes en ellas (¿no lo han hecho nunca con el mando de la tele cuando les pilla lejos?).
Así que aquel infierno en mono continuó, en una frecuencia dolorosa. Casi podían verse las ondas como látigos fustigándonos, aprovechándose de nuestra indefensión mañanera y de nuestra apatía en general.
Llegó entonces un señor de seguridad, con su chaleco amarillo fluorescente que a la fuerza se convirtió en un color reconfortante.
- Caballero, tiene usted que apagar eso- dijo con cierto acento extranjero
De pronto, como si todas las primeras impresiones de mi vida hubieran estado equivocadas, reconocí que aquel tipo que me había pasado inadvertido como un ser humano normal y por el que hubiera apostado que pacíficamente apagaría su aparatejo por el bien de la convivencia ferroviaria, me la había dado con queso.
Era un malandrín, un garbanzo negro social, un asesino, un violador, un azotador de mujeres, un ladrón de coches, un mafioso vendedor de droga o un pederasta. Podía ser cualquier cosa, porque se puso chulo y vi bien claro que no era como yo. Era como los otros.
Como en la película de Amenábar, que no los ves y son como tú pero diferentes, que ya están muertos, o que tú estás muerto... Alguna diferencia cualitativa gorda.
Dirán ustedes: se le ha ido la olla, pero si es una tontería de ruido infernal nada más!
Ya, ya, pero y si vamos más allá? Y si resulta que el mundo sí es nosotros y los otros? Maniqueísmo barato, dirán ustedes. Pues ustedes ya no dicen nada más, hombre ya, tanto interrumpir.
Maniqueismo eh? Pues sí, bien simple, a Walt Disney le costó mucho trabajo labrar una generación como la nuestra, con las cosas tan claritas entre el bien y el mal; de alguna manera había que organizarse no? Pero cuando aprendimos que el mal podía no ser tan malo y que lo bueno a veces era tonto, descubrimos que las primeras reacciones (muy reaccionarias) se resistían a toda una gama de grises.
Así que allí, en el vagón de tren, yo me alarmé y me puse un poco blanca cuando aquel tipo empezó a gritar que lo dejaran tranquilo, que ya no se podía ni escuchar música, que no me toques tío que no me toques y cosas por el estilo. Bastante tiene uno ya, decía, con tanta puta injusticia y tanta mierda. Déjame (de) vivir, hombre ya!
Lo que me pregunté a continuación fue el porqué del espectáculo. Si uno va a trabajar no quiere llegar tarde y que le despidan. Si uno está deprimido, tal vez no le apetece poner la música a toda leche para fastidiar. Si uno quiere llamar la atención por qué se levanta a las 7 de la mañana para hacerlo. No sé, todo era bastante irreal.
Por otro lado, quién había puesto ahí a aquel hombre de seguridad levemente extranjero, con su chalequito fluorescente, para reprimir a los que no cumplen las normas? Era como Batman, algo más de fuerza moral y algo de tecnología (una porra en este caso, pero es por dar una visión global) y se convierte también en un "otro" difícil de calibrar. Batman a veces se ponía muy chungo, no como Superman, que era extraterrestre.
Y por otro lado más (es un asunto poliédrico) puede ser injusto que un señor normal no pueda encender su móvil para escuchar música?
Durante un rato estuve como aturdida, pensando en el porqué de los poliedros y el maniqueismo involuntario, en la gama de grises y en los asesinos en serie, en los vigilantes y en quién vigila al que vigila, en la libertad y en el respeto y en esa cosa en la que se convierte la convivencia cuando se parece tanto a un comportamiento ovino. Todo eso sin haber tomado café.
Me pareció todo de un relativo que me dió ganas de acostarme, pero terminé echándole la culpa a walt disney y a series como "Érase una vez" dónde todo era mucho más sencillo de reconocer.
Ahora a ver a quién se le pide la indemnización. Garzón, yo te convoco.

Punto de fuga

Según un estudio que he llevado a cabo, si en el transcurso de una conversación el sujeto oyente desvía la mirada de manera súbita hacia un punto indeterminado del cielo o del techo (según las circunstancias físicas del entorno) sin venir a qué, 8 de cada 10 interlocutores buscan con la mirada, también de manera súbita, ese punto indeterminado anteriormente mencionado.
Según, a su vez, la teoría que pretendo demostrar y que no podré demostrar porque a ver cómo, esto se debe principalmente a 8 motivos:
1- La vanidad. El sujeto emisor en este ejemplo de comunicación no sólo descubre la ruptura de la comunicación por el efecto de un agente externo desconocido sino que aprecia además que ese agente es positivamente más interesante que aquello que el sujeto venía desarrollando. En muchos de los casos es notable la sensación de ofensa que se produce en el sujeto, pero normalmente se lo callan.
2- El instinto animal. De manera inconsciente el sujeto emisor suele volverse en un afán apresurado de evitar el impacto de algún proyectil, y se barajan en un tiempo brevísimo las posibilidades de que se trate de una cagada de pájaro, una pelota de golf, un ala delta sin rumbo, los residuos de un wáter aeronáutico o incluso una colleja de Dios. Este tipo de pensamientos tampoco los puedo probar.
3- La envidia. Algunas reacciones menos violentas indican cierta frustración y suelen manifestarse en pequeños y repetidos alzamientos de cabeza hasta realizar el definitivo que deja la mirada fuera del contexto comunicativo. Suele deberse a que reconocen que se están perdiendo algo y que una vez más no han sido los primeros en verlo.
4 - La ilusión. En algunos sujetos ese tipo de alteraciones del orden comunicativo los llevan a un estado de excitación que viene dado por una especie de intuición de la alegría. Esto ocurre en individuos muy propensos a la exaltación de la vida, como hippies, niños pequeños, catequistas, etc. que interpretan la ruptura del diálogo como el comienzo de alguna nueva y disparatada aventura. El pensamiento paralelo a esta emoción podría ser: "¿qué pasa? ¿qué pasa?"
5 - La extrañeza. Algunos individuos no conciben que pueda haber algo más interesante que su conversación y no llegan a asimilar que el foco de atención se desvíe de ellos mismos. Suelen arrugar la nariz y decir "¿qué miras?" como con asco al tiempo que recuperan el hilo de sus pensamientos con un "como te iba diciendo..."
6 - La baja autoestima. Algunos de los sujetos daban por perdida la interacción mucho antes de que el experimento se llevara a cabo así que, con naturalidad y convencidos de que ese momento llegaría, desvían la mirada hacia el agente externo interruptor (inexistente) con una sonrisa en los labios.

7 - El efecto pelota de Nivea. En personas adultas se demuestra que ante un estímulo como este se da un movimiento no voluntario de desplazamiento en busca de algo, sin duda motivado por las lluvias de balones de playa y paracaidistas de plástico en las playas durante los años 80.
8 - El egoísmo. El sujeto no sólo dirige su mirada hacia el punto de fuga mencionado sino que da la espalda al sujeto oyente y lo bloquea por si fuera algo de comer lo que se avecina del cielo. ¿Puede tener la ascendencia judía algo que ver con esto? Tengo que revisar los historiales.

Del 20% restante un 10 % me recomendó un quiropráctico para el problema de vértebras y el otro 10 % restante aprovechó para bajarme los pantalones (del pijama, gracias a Dios estaba en casa) y tuve que castigar pavlovianamente su conducta con baños de electrocución.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Sala de Espera

Las salas de espera sirven, sobre todo, para imaginarse la vida de los otros. Ejemplo:
Una sala de espera de una consulta médica. Servicio Andaluz de Salud, 10 personas,  9:37 am.
La mayor parte de los esperantes son ancianos, y la mayor parte de las ancianas llevan batas de flores.
Ya de ahí, a golpe de travelling, se deduce que el nivel de vida de estos conciudadanos es medio-bajo.
También se encuentran señoras de mediana edad que luego tienen que ir a la peluquería y algo de juventud en chándal, pidiendo la baja laboral. Cuando vas en chándal tienes peor pinta, hay que saber vestir para cada ocasión.
El que viene a por recetas se diferencia claramente porque se mueve más. Es como si estuviera culpándose a sí mismo por no haberse colado ya.
Hay un señor en el asiento más cercano a la puerta, justo debajo de la lista de citas que ponen en el tablón. Esto suele pasar y se persiguen 2 fines principales: 1.- erigirse en organizador de las citas, quitándole el trabajo a la enfermera simpática que suele asomarse a la puerta a controlar al personal. Este señor te indicará de buen grado detrás de quién vas aunque no lo hayas preguntado. 2) olismear el interior de la consulta en la subida y bajada de pacientes, indagando en sus caras al salir, y analizando la del médico al entrar, si lo tiene a tiro con el rabillo del ojo. Luego es común que el señor ponga caras, loco por comunicar que sospecha que el médico hoy tiene un día de perros.
Cuando una ya lleva un rato y ha entrado en el juego endiablado de imaginarse las vidas de los demás, es común que el siguiente paso sea imaginar qué dolencia les lleva al médico de cabecera (así es como lo seguimos llamando aquí, por encima de Emilio Aragón y de quien se nos ponga por delante)
El señor de las recetas merodea la puerta de la consulta pero no presenta cuadro alguno. Es una tontería presentar un cuadro si uno no se lo sabe bien y si además no te gusta el arte. Debe de habérsele acabado el Espidifén y como es jubilado no está dispuesto a pagar un duro por él. Ni tampoco puede permitirse vivir sin él, como todos a estas alturas; yo sospecho que el espidifén lo trajo del futuro una chica con el pelo azul que se ríe por tonterías o tal vez es, como el slurm, algún tipo de defecación deshidratada de algún bicho superasqueroso. Prefiero no pensarlo y limitarme a reverenciarlo como la panacea médica que es.
A ver, que me pierdo. Este hombre no tiene nada, seguro. Y el guardíán de la  puerta, lo más que va a tener va a ser la tensión y viene a tomársela cada dos por tres. De ahí que se sienta con el derecho y el deber de ser hospitalario con las visitas (qué bien buscadas las palabras  eh?).
Señora de la bata #1: Pies hinchados. Problemas de circulación. A veces busca en el bolso el móvil y lo mira con la parte de abajo de las gafas. Está esperando a que le llame la hija que dijo que venía a comer y/o a llevarle la compra. La hija estará entrada en carnes, como la madre, seguramente con varices ya.
Señora de la bata #2: se abanica golpeándose el pecho. Cris, cris, cris, cris... ra racatá (esto es cerrar y abrir el abanico de nuevo, que es algo que se hace mucho sólo por hacerlo) Menopausia, parece. Es una señora lozana que se ve que ha echado cuerpo desde que se le está retirando la regla. La verdad es que no hace tanto calor.
Señor de gorra y bastón: Diabetes fijo. De hecho seguramente esta mañana ya se ha dado un garbeo por el parque y eso que las piernas las tiene también regular. La dieta llevarla no la lleva, porque se come sus buenos cuscurros de pan, pero andar anda más que un reloj de cuarzo. Yo me encuentro mu bien, doctor, a ver si no llegamos a lo de pincharse.
Joven en chándal #1: este chico está muy resfriado. Es una época muy mala. Viene a por la baja laboral, eso seguro, ¿pero es lícito pedirle a un enfermo que vaya a recoger su baja a su centro de salud, la misma baja que acredita que no puede ir a trabajar porque está en cama? Yo es que hay que cosas que no, que no... Este chico tiene fiebre y sólo de ver a la del abanico le dan escalofríos de los chungos.
Joven en chándal #2: es una chica y para hacer honor a la verdad lleva vaqueros. Pero la idea es la misma, porque lleva una sudadera de fruit of the loom del año de los verdiales. Como no le veo síntomas externos, voy a hacer un alarde de aprendizaje significativo adquirido en mis visionados de las 3 primeras temporadas de House. Luego ya lo dejé porque empezó a ser un poco predecible. Esta chica tiene un empaste de plomo que lleva ahí desde que tenía 8 años, y que le perpretó un odontólogo argentino que cerró la consulta al año siguiente y al que no se le volvió a ver. A pesar de que el empaste es más duro que el Arcoyano ha ido erosionándose, permitiendo que ciertas partículas de ese plomo nocivísisimo pasaran a ser digeridas por la sencilla muchacha de fruit of the loom. Su organismo lo asimiló sorprendentemente, ya que uno de sus ancestros más remotos una vez sufrió un descarga por un rayo y mutó genéticamente haciéndose inmune al zumo de limón, bebida que la chica ingiere con una frecuencia inusitada y que al contacto con las pequeñas partículas de plomo hacen una aleación biomortal que modifica su adn y hace que tenga todos sus órganos levemente metalizados. Esto la hace inmune a daños externos aunque últimamente se ha estado sintiendo apática y poco activa. Lo que no sabe es que su inmortalidad ha acabado también con su capacidad para sentir emociones. También cursa con episodios de estreñimiento severo. Imagino yo. Y seguramente es mejor que la verdad, que puede ser también que cree que se ha quedado preñada sin querer.
Señora aún no mayor: por la manera en que cruza los brazos bajo el pecho se diría que hace unos días se notó un bultito al salir de la ducha. Como es más bien hipocondriaca y como a la vecina de cuando vivía en la otra casa le diagnosticaron un cáncer que la trajo por la calle de la amargura, menos mal que no pasó nada, ha decidido gritarle al doctor desde el primer momento "Quiero una mamografía ya", no vaya a ser que le den largas y luego viene la negra y el médico en su casa tan tranquilo.
Madre con niño: Nada, el niño, que dice que cuando corre se ahoga. ¿pero cuánto corre el niño, oiga? le dirá el médico, porque si yo hago la carrera de los mil metros en 3'12 también me ahogo. Pues cuando corre de correr, en el recreo y cuando le persigo con la zapatilla. De hecho por eso me di cuenta, que dió la zapatilla en una puerta y él  me miró con una carita de no tener oxígeno ninguno... Asma. Al pediatra. Siguiente!!
Esa se supone que soy yo.
Pero yo no he ido al médico recientemente, fíjense, sin actimel ni vacuna de la gripe ni mojigangas de esas para débiles. Yo estoy sana como una manzana. Pero verá usted, doctor, a veces me aburro y me siento tan poca cosa, tan triste... No me dió la baja por depresión porque me faltó el chándal, todo lo tengo que aprender a palos.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Soñar con los ojos abiertos, en un sentido menos profundo

Qué despertar más malo.
He tenido un sueño agotador de por lo menos 20 minutos en los que perdía mi tripulación del barco pirata y sólo quedábamos mi lugarteniente y yo. Yo era el capitán del barco (ojo, capitán, no capitana) y había amarrado el cadáver de cada marinero a su puesto para guardar las apariencias.
Al pasar con el barco junto a la casa donde me crié aprovechamos el viaje para dejar a un gatito que llevábamos a bordo animándole a cruzar desde la mayor a la rama de un pino. El gato resultó ser un poco tonto y en cuanto pisó la rama se tiró al vacio. Luego se fue sin más.
Tras eso descubrí que el imaginario mar que no debería estar ahí -porque eso de siempre había sido una carretera- estaba siendo reprimido en gigantescas presas caseras, hechas por ejércitos desconocidos que esperaban a que llegaran las hordas moriscas desde el otro lado del estrecho. Pero las presas estaban muy mal hechas y mi lugarteniente y yo corríamos por arenas traicioneras llenas de musgo en determinadas zonas y en paralelo a un horizonte de enormes chorros de agua a propulsión, uno por cada farola de la ciudad que asomaba de entre las nuevas presas.
"El mar no puede ser dominado- decía yo, mientra el agua se filtraba por la tierra a una velocidad de vértigo- pronto estaremos anegados de nuevo". "Y nos hemos dejado el barco en tu casa" dijo mi lugarteniente, como quien habla de haber olvidado el paraguas.
Cuando el nivel del agua empezaba a subir, a lo diluvio universal, nos agarramos a lo que pudimos e intentamos nadar, pero ya se oía a los moros llegar con esos alaridos del desierto que hacen estremecer.
Llegamos a una costa desconocida, tras nadar a una velocidad que sólo podría haber igualado johny weismuller cuando era tarzán, y en la costa había una fortaleza extraña, piedra por fuera y bloque de apartamentos por dentro. Allí me escondí en solitario de un guardia de sable curvo en un cuartucho que parecía una portería. No volví a ver al lugarteniente.
Salí de la portería a hurtadillas. Sabía que me encontraba en una situación difícil. Estaba en el corazón militar del enemigo y estaba desarmado. El interior de la fortaleza estaba hecho una mierda y me perdí. No sabía cómo llegaría de nuevo a la playa y sabía que tendría que hacer otra vez el weismuller para llegar a mi barco.
Estaba atrapado. Entonces me pareció ver una cara horrible asomando tras una puerta blanca.
Sí, efectivamente, era la cara de una bruja, una cara que medía como un metro, con su nariz verde y sus orejas largas, y se escondía concretamente tras las puertas del armario de mi cuarto, mi cuarto actual, donde yo dormía.
En realidad tenía los ojos abiertos.
Pero seguía soñando porque veía aquella bruja y la oía, y no podía mover ni un músculo de mi cuerpo, ni siquiera podía terminar de abrir los ojos. Luchaba por hacerme con el control de mí misma entre las risotadas de esa bruja infernal y entonces me pareció conseguir mover la mano y alcanzar el móvil de la mesilla, donde lo pongo cada noche para usarlo de despertador.
Con el resto del cuerpo anquilosado, apunté con mi brazo móvil y el móvil (valga la redundancia) a la cara del ser grotesco que me atenazaba desde la puerta abierta del armario.
"Muere, muere!!" le decía yo.
"Es verdad, me muero, me muero!" decía ella.
Y entonces conseguí moverme en mi cama y levantarme alterada después de tanta aventura onírica. En realidad no había cogido el móvil, aunque estaba ahí, y la cara de la bruja ya no era una cara.
Me acerqué al armario y vi que la nariz había sido mi camisa verde, y el resto de arrugas y deformidades estaba compuesto por camisetas y blusas multicolores.
No volveré a dormir con la puerta del armario abierta.

Epílogo: quisiera disculparme por el rollazo que me he marcado sólo para decir que qué chungo es seguir soñando cuando ya tienes los ojos abiertos. Faltaría también un desarrollo formal del sentido metafórico que puede tener esta frase aplicada a la vida, pero ya no tengo más ganas.

Un saludo

jueves, 17 de septiembre de 2009

Love or Leave Me - Nina Simone

http://www.youtube.com/watch?v=GEQpipS_qfc
Esta canción es una de mis favoritas.
Quería compartirla porque Nina Simone ha sido uno de mis mejores descubrimientos personales de los últimos años. Por eso mi gata se llama Nina y el próximo gato se llamará Simón.

Un saludo!

sábado, 12 de septiembre de 2009

SICAV

Hoy escuché en la radio una entrevista a un señor de mucho saber, un catedrático en Economía, que explicó lo que es un "Sicav". Parece ser que se unen unos señores muy ricos, al menos 100, para crear una especie de sociedad limitada de inversión, cuyo fondo mínimo es de 2400 millones de euros.
Cuando el hombre de mucho saber dijo esto, Isabel Gemio se quedó como trastabillada, cómo qué? lo qué?, pero es que este hombre se había liado y había puesto algún cero de más. En realidad eran 2 millones 400 mil euros. Me quedo más tranquila, comentó Isabel, aunque tampoco sé bien cuánto es eso.
Comentaba este señor que normalmente, aunque participen 100 inversores, suele darse que en su mayoría las cantidades que aportan son pequeñas y que sólo uno de ellos, tocado con el dedo corazón de dios (luego levantó la divina mano y el gesto se quedó para los demás), es el dueño y señor de las montañas de monedas en las que tio gilito hubiera perecido ahogado.
Y estas sociedades pagan impuestos, claro está.
Hasta entonces, antes de entrar en el tema sicav, habían estado comentando el de la subida de impuestos. El señor decía que no era una buena medida, pero que en cierto modo se había hecho necesaria; que el IVA que pagamos los españoles es de los más bajos de la unión europea y que aún podíamos permitirnos subir un 2 % y perder posiciones en un ranking en el que, sorpresa, íbamos bien; que no iba a suponer demasiado para los españoles y que probablemente y cruzando los dedos el consumo no iba a verse afectado; que nuestra presión fiscal no era mucha comparada con el resto de Europa pero que en realidad eso podía llevar a engaños, porque los europeos pueden pagar más impuestos, pero tienen más coberturas, así que quito de aquí para poner allí y el resultado es el mismo. El hombre hablaba que era una monería, teniendo en cuenta que siendo yo de letras mixtas y habiendo dado matemáticas resumiendo y rapidito me quedé bastante bien con la copla.
Entonces llegó la pregunta del millón. De los 2 millones 400. ¿Por qué no se suben los impuestos de esas rentas altas que participan en los sicav?, dijo Isabel. Muy sencillo. Porque si se suben los impuestos a las rentas altas, con el rollo ese de arrimar el hombro, como en una familia, para salir de la puñetera crisis nos encontramos con que sí, que es lo justo, que es lo suyo, pero que a los sicavrios les puede parecer regular y pueden querer llevarse sus dineros a otro país donde les traten mejor. Pueden incluso indignarse o sufrir un terrible disgusto.
Así que es mejor que le paguemos el café al jefe en el desayuno, o que no le cobremos al milloneti de turno cuando venga a nuestra tienda o que seamos como el sastre de Campillos, que cosía de balde y ponía el hilo. O el culo; o podríamos también recuperar lo del derecho de pernada, qué bonita costumbre, para que no se nos vayan.
Lo malo es que no lo descubres ahora; lo sabes, lo callas y tiras. Pero cuando alguien te lo dice a las claras te dan ganas de ser biólogo, mutar un virus y hacerlo letal, llevarte a los colegas a un búnker y esperar unos años a que no haya nadie sobre la faz de la tierra. Y cuando volvamos a cagarla, volverlo a hacer.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Terror en el hipermercado

Ayer me contaron una historieta.
Me dijeron que habían despedido a un guardia de seguridad de Media Markt porque a la hora del cierre...
Bueno, lo cuento bien. Estaban estando un guardia de seguridad de Media Markt y un jefe de sección (una sección) a la hora del cierre. Convinieron en repartirse las zonas a desparasitar de clientes quedando uno en la planta de arriba y otro en la de abajo. Hicieron un Comando Cierre Vamosquenosvamos.
Y se fueron.
En mitad de la noche, llamaron (no sé quién, me falta ese dato, pongamos que los servicios de emergencia ¿?) al gerente de Media Markt para que acudiera cuanto antes al centro comercial porque había un señor encerrado en la planta de arriba. Pegado al cristal que da a la escalera mecánica, me imagino yo, como un niño burbuja.
El señor fue liberado, eso ya no importa tanto, y el guardia de seguridad, que debió comprobar per se que todos los clientes habían abandonado el establecimiento, fue despedido. Pero lo que a mí me gustó, lo que me hizo dejar de picar pimiento y mirar hacia la persona que hablaba, fue escuchar que este señor, este héroe de la vida cotidiana, se había quedado frito en un sofalito de las teles, arrebujado como en el salón de su casa. Estupendo.
Él, indiferente a los mensajes consumistas, a los grandes carteles con exclamaciones de ofertas, a la música comercial que no para, que te invita a que no pares, a la gente que empuja, a las mil pantallas de muchas pulgadas emitiendo a la vez, había tenido el poder sobrehumano de echar una cabezada.
Me imaginé el momentazo en el que el señor este abriera un ojillo, despacio, y luego el otro, mirara alrededor desperezándose y descubriera que estaba... ¡hostias! ¡que me he dormido! ¡que esto lo han cerrao!... ¡Atrapado en el Media Markt!

Pensé que era una idea genial para un corto. Perfecto para alguien de audiovisuales. El tipo, solo, a oscuras, rodeado de electrónica del futuro hoy... Para no chafar la aventura, el señor no tendría móvil, o lo tendría sin bateria o fuera de cobertura, si no no tiene gracia. Lo primero sería comprobar que las plays están desenchufadas. Tras el chasco, bajaría a la planta baja a terminar de comprobar, como si hiciera falta, que no había ni un alma, al principio con prisa, como si se fuera a quedar sin oxígeno y luego despacio, pensando en que su mujer no le iba a creer ni media como no presentara un justificante de la policía cuando saliera de allí. Luego se pasearía un rato pensando qué hacer, elaborando en voz alta un plan de acción, toqueteándolo todo porque en esa situación es un deber moral.
Luego va al ascensor. Lo mismo, se dice el hombre, el ascensor este baja hasta el parking y por ahí me voy como el que no quiere la cosa. En tal caso, se dice, me llevaré algún recuerdo que bien me lo he ganado. Un ipo de esos o una xbox. Pero no va a tener suerte y está otra vez en la planta baja, toqueteándolo todo.
Se acerca a la persiana metálica y la agita y la mueve y grita, pero sin ganas, porque le está viniendo el sueño otra vez. No va a venir nadie, piensa. Aunque sin saberlo ya ha activado la alarma silenciosa y los servicios de emergencia ¿? ya saben que algo va mal.
Ya está, el teléfono. Sube velozmente las escaleras, sintiéndose un poco Bruce Willis, y se mete tras el mostrador de información de la sección de música. Había otros mostradores, pero el de música era el de su zona, porque estaba más cerca de su sofá. Agarra el teléfono con decisión y marca el número de su parienta. Loli, escucha, no te lo vas a creer, es lo que piensa decirle. O flipa, Loli, mu fuerte. Pero el señor no sabe que para hacer llamadas externas hay que marcar un prefijo y por lo tanto, no hay quien conecte con el mundo exterior. Mayday, mayday, dice, pero no suena más que un pitido continuo.
Se sienta suspirando en la silla tras el mostrador y ya empieza a pensar en qué muerte más mala, y en qué pocas veces le digo a Loli que la quiero.
Se levanta y aún le quedan 20 minutos (los servicios de emergencia ¿? son así, que lo mismo tardan 20 minutos que una hora que dos) toqueteando y toqueteándolo todo hasta que se escuchan pasos apresurados en los pasillos del centro comercial. El señor se precipita a la cristalera que da a la escalera mecánica (ese es el fotograma niño burbuja) y se pone a golpear el cristal. Estoy salvado! Salvado! Y desde fuera se le vería abrir la boca mucho pero no se le oiría ni gota.
Al fin lo ven, el ladrón está allí arriba, lo tenemos rodeado (los servicios de emergencia son muy pretenciosos a veces) y corren hacia la puerta a esperar a que llegue el gerente con la llave.
El señor baja y se pega a la persiana metálica: "¡que me han encerrado aquí, oiga, que yo no quería! ¡que es que trabajo mucho y se me ha ido el santo al cielo, desde las 6 que estoy despierto y pues... que me he quedado frito. Pero frito. ¿Me van a sacar de aquí?"
"Documentación" por toda respuesta y desde el fondo aparece corriendo un señor en chándal, el gerente, con el pelo de punta y la marca de la sábana en la cara.
Es el fin de la aventura. Nuestro héroe no sabe que acaba de pasar por su momento más glorioso, aunque con el ruido de la persiana metálica subiendo le ha invadido un no sé qué, como una nostalgia, como un síndrome de Estocolmo raro, que le ha recordado el sueño de su infancia de esconderse en la tienda de juguetes y esperar a que cierren.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Comprar un bebé

Hoy he escuchado en la tele, en Espejo Público, una noticia que ha indignado a los allí presentes.
Han sido detenidos dos hombres por intentar vender un bebé de cuatro días a un señor venelozano que les pagaba 18000 euros. La madre, que era búlgara, tal vez no estaba muy al tanto de la situación (o igual sí, están investigándolo) y alegaba que no podían hacerse cargo del niño. Uno de los detenidos es el marido, que presuntamente es el malo de la historia, el cerebro que maquinó la idea.
Que un niño recién nacido esté en venta no me extraña, esa es la verdad. Que nazcas y de repente estés en el mercado no dista tanto de la idea de humanidad que tengo en la cabeza. Lo que me extraña es que de verdad pueda sorprendernos y además que nos ataque la moral.
No sé si conocen estos programas matutinos como Espejo Público, o Ana Rosa u otros por el estilo, que van a buscar la sangre como perros de presa, o más bien de caza porque llegan a la víctima cuando ya todo ha pasado y la llevan entre los dientes precisamente al que le pegó el tiro.
Y si los conocen, sabrán que no sólo muestran asesinatos, desapariciones, padres rotos de dolor e hijos llorosos, si no que además se revuelcan en el fango de la indignación ante la afrenta (cualquiera) y se refocilan en una ilusión de superioridad moral con la que tratan de llegar a las amas de casa para hacerlas sentirse mejores personas.
Pues si partimos de ahí, pueden imaginarse lo dolidos que se han mostrado los contertulios y la presentadora ante la sola idea de que un bebé pequeñito haya podido ser vendido por dinero.
Emplearon sus términos polivalentes habituales: canalla, desgraciado, inhumano, vil, ruín, etc. Los intercalaban cada x tiempo, para dorar sus intervenciones. Y concluían con la manida frase "esperamos que se haga justicia" a la que nunca sigue la que debería: "tal y como aquí hemos hecho en un ratito".
En este caso nadie ha hablado de las adopciones y del dinero que se gasta la gente en "adquirir" un niño, en ser una familia idónea. Ni tampoco de los programas de fertilidad en los que los padres se dejan un pastizal sólo por intentar tener un bebé.
Adónde va ese dinero? Parece que al estado o a las clínicas privadas, aprovechando que hay padres que no lo son por mala suerte y que dejarían hasta el último céntimo de sus miserables nóminas por conseguir serlo alguna vez. Y se dejan más de 18000 euros.
Pero ese es el medio adecuado de comprar un niño, no en el mercado negro a la puerta de un hospital y recibiéndolo calentito del vientre de una madre que no va a poder cuidarlo, o no va a querer, no sé qué es peor.
Porque si esperas en la puerta de un hospital estas siendo el mismo diablo, comprando almas, que son todas del señor, y no tienes derecho y eres un vil y un desgraciado y un inhumano.
La única vía es dejar el dinero como miguitas de pan por el camino, un poquito para este, otro poquito para este otro, que no pueda uno sumar el total hasta que, sin tener la certeza de que llegue el momento, consigas estrechar entre tus brazos a tu hijo, o al hijo de alguien, para poder descansar de momento de tanto soltar pasta.
La paternidad es un negocio aquí y en Pekín (sobre todo en Pekín) desde antes de que el bebé nazca y se mueven cantidades bestiales de dinero; y se grangean cantidades alarmantes de dolor, y de decepción y de desesperación. ¿Tenemos entonces derecho a golpearnos el pecho si alguien paga 18000 euros por comprar un bebé? Deberíamos más bien mirar debajo de la alfombra y sacar la ruindad propia, y darnos los golpes en el pecho por esa ruindad, la que nos toca directamente, sin salvar nuestros culos sólo porque alguien más tonto hace lo mismo pero más evidente, y además ilegal.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Esto de la vida es una pantomima.
Se la pasa uno viendo cómo justificar lo que hace y lo que no hace, con carácter retroactivo, y por qué se está dónde se está y no en ese otro lugar misterioso e inalcanzable en el que no se está.
Lo peor es que en cualquier momento se acabará lo que se daba y ya no habrá manera de consolarse pensando que en cuanto puedas, cuando tengas un ratito, en cuanto te dejen por fin a solas contigo misma, harás las cosas como quieres hacerlas.
Desde mi deplorable condición burguesa, suelto cosas por la boca que a mi misma me derrapan en los dientes y me los hacen rechinar. Desde mi abominable seguridad social (en todos los sentidos) veo la calma que habría de reinar y no reina, y es un misterio al que nadie encuentra solución desde aquí.
Si de algún modo yo no estuviera donde estoy, en este levantarse por la mañana con un despertador y acostarse por la noche con ruido de televisión, con intervalos de comida precocinada o, si hay suerte, cocineo de mi madre, ¿dónde estaría? y lo que es más importante, ¿cómo se ve el mundo desde allí? Tal vez nunca me libere de mi miedo a perder lo que tengo, ese algo indefinido que me convierte en ciudadana respetable, vecina, votante, contribuyente y beneficiaria, pero si alguna vez me armara de valor y tirara todo al váter, o la propia vida me lo quitara jugando sin importancia y me arrojara a los leones, lo más probable es que me entrara la risa floja, hasta estallar en carcajada, por tener la certeza de que el juego ahora puede empezar a ponerse bien.