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miércoles, 14 de octubre de 2009

Ética en ayunas

Hace unos días, tras asumir quedamente que mi coche seguía en el taller un día más y que no había otra, embarqué en un vagón de cercanías a eso de las 7 de la mañana.
Sentéme a dormitar en uno de aquellos marmóreos reposanalgas y al tercer parpadeo profundo un ruido infernal me arrancó de mi "ensimismamiento". El estruendo venía de un móvil cualquiera que sostenía un hombre en su mano como si le fuera ajeno, como si no lo hubiera puesto él a funcionar.
El señor gordo que tenía a su lado y al que a la sazón había pillado también ensimismado se removió en su asiento casi con intención de quitarle la sábana a su compañero de asiento, mirándolo de soslayo pero sin pronunciar palabra.
Si las miradas hubieran matado o al menos cortado superficialmente, aquel tipo se habría ido de allí hecho un Cristo, pero bien sabemos que las miradas apenas hacen nada aunque nos empeñemos en concentrar nuestros superpoderes en ellas (¿no lo han hecho nunca con el mando de la tele cuando les pilla lejos?).
Así que aquel infierno en mono continuó, en una frecuencia dolorosa. Casi podían verse las ondas como látigos fustigándonos, aprovechándose de nuestra indefensión mañanera y de nuestra apatía en general.
Llegó entonces un señor de seguridad, con su chaleco amarillo fluorescente que a la fuerza se convirtió en un color reconfortante.
- Caballero, tiene usted que apagar eso- dijo con cierto acento extranjero
De pronto, como si todas las primeras impresiones de mi vida hubieran estado equivocadas, reconocí que aquel tipo que me había pasado inadvertido como un ser humano normal y por el que hubiera apostado que pacíficamente apagaría su aparatejo por el bien de la convivencia ferroviaria, me la había dado con queso.
Era un malandrín, un garbanzo negro social, un asesino, un violador, un azotador de mujeres, un ladrón de coches, un mafioso vendedor de droga o un pederasta. Podía ser cualquier cosa, porque se puso chulo y vi bien claro que no era como yo. Era como los otros.
Como en la película de Amenábar, que no los ves y son como tú pero diferentes, que ya están muertos, o que tú estás muerto... Alguna diferencia cualitativa gorda.
Dirán ustedes: se le ha ido la olla, pero si es una tontería de ruido infernal nada más!
Ya, ya, pero y si vamos más allá? Y si resulta que el mundo sí es nosotros y los otros? Maniqueísmo barato, dirán ustedes. Pues ustedes ya no dicen nada más, hombre ya, tanto interrumpir.
Maniqueismo eh? Pues sí, bien simple, a Walt Disney le costó mucho trabajo labrar una generación como la nuestra, con las cosas tan claritas entre el bien y el mal; de alguna manera había que organizarse no? Pero cuando aprendimos que el mal podía no ser tan malo y que lo bueno a veces era tonto, descubrimos que las primeras reacciones (muy reaccionarias) se resistían a toda una gama de grises.
Así que allí, en el vagón de tren, yo me alarmé y me puse un poco blanca cuando aquel tipo empezó a gritar que lo dejaran tranquilo, que ya no se podía ni escuchar música, que no me toques tío que no me toques y cosas por el estilo. Bastante tiene uno ya, decía, con tanta puta injusticia y tanta mierda. Déjame (de) vivir, hombre ya!
Lo que me pregunté a continuación fue el porqué del espectáculo. Si uno va a trabajar no quiere llegar tarde y que le despidan. Si uno está deprimido, tal vez no le apetece poner la música a toda leche para fastidiar. Si uno quiere llamar la atención por qué se levanta a las 7 de la mañana para hacerlo. No sé, todo era bastante irreal.
Por otro lado, quién había puesto ahí a aquel hombre de seguridad levemente extranjero, con su chalequito fluorescente, para reprimir a los que no cumplen las normas? Era como Batman, algo más de fuerza moral y algo de tecnología (una porra en este caso, pero es por dar una visión global) y se convierte también en un "otro" difícil de calibrar. Batman a veces se ponía muy chungo, no como Superman, que era extraterrestre.
Y por otro lado más (es un asunto poliédrico) puede ser injusto que un señor normal no pueda encender su móvil para escuchar música?
Durante un rato estuve como aturdida, pensando en el porqué de los poliedros y el maniqueismo involuntario, en la gama de grises y en los asesinos en serie, en los vigilantes y en quién vigila al que vigila, en la libertad y en el respeto y en esa cosa en la que se convierte la convivencia cuando se parece tanto a un comportamiento ovino. Todo eso sin haber tomado café.
Me pareció todo de un relativo que me dió ganas de acostarme, pero terminé echándole la culpa a walt disney y a series como "Érase una vez" dónde todo era mucho más sencillo de reconocer.
Ahora a ver a quién se le pide la indemnización. Garzón, yo te convoco.

Punto de fuga

Según un estudio que he llevado a cabo, si en el transcurso de una conversación el sujeto oyente desvía la mirada de manera súbita hacia un punto indeterminado del cielo o del techo (según las circunstancias físicas del entorno) sin venir a qué, 8 de cada 10 interlocutores buscan con la mirada, también de manera súbita, ese punto indeterminado anteriormente mencionado.
Según, a su vez, la teoría que pretendo demostrar y que no podré demostrar porque a ver cómo, esto se debe principalmente a 8 motivos:
1- La vanidad. El sujeto emisor en este ejemplo de comunicación no sólo descubre la ruptura de la comunicación por el efecto de un agente externo desconocido sino que aprecia además que ese agente es positivamente más interesante que aquello que el sujeto venía desarrollando. En muchos de los casos es notable la sensación de ofensa que se produce en el sujeto, pero normalmente se lo callan.
2- El instinto animal. De manera inconsciente el sujeto emisor suele volverse en un afán apresurado de evitar el impacto de algún proyectil, y se barajan en un tiempo brevísimo las posibilidades de que se trate de una cagada de pájaro, una pelota de golf, un ala delta sin rumbo, los residuos de un wáter aeronáutico o incluso una colleja de Dios. Este tipo de pensamientos tampoco los puedo probar.
3- La envidia. Algunas reacciones menos violentas indican cierta frustración y suelen manifestarse en pequeños y repetidos alzamientos de cabeza hasta realizar el definitivo que deja la mirada fuera del contexto comunicativo. Suele deberse a que reconocen que se están perdiendo algo y que una vez más no han sido los primeros en verlo.
4 - La ilusión. En algunos sujetos ese tipo de alteraciones del orden comunicativo los llevan a un estado de excitación que viene dado por una especie de intuición de la alegría. Esto ocurre en individuos muy propensos a la exaltación de la vida, como hippies, niños pequeños, catequistas, etc. que interpretan la ruptura del diálogo como el comienzo de alguna nueva y disparatada aventura. El pensamiento paralelo a esta emoción podría ser: "¿qué pasa? ¿qué pasa?"
5 - La extrañeza. Algunos individuos no conciben que pueda haber algo más interesante que su conversación y no llegan a asimilar que el foco de atención se desvíe de ellos mismos. Suelen arrugar la nariz y decir "¿qué miras?" como con asco al tiempo que recuperan el hilo de sus pensamientos con un "como te iba diciendo..."
6 - La baja autoestima. Algunos de los sujetos daban por perdida la interacción mucho antes de que el experimento se llevara a cabo así que, con naturalidad y convencidos de que ese momento llegaría, desvían la mirada hacia el agente externo interruptor (inexistente) con una sonrisa en los labios.

7 - El efecto pelota de Nivea. En personas adultas se demuestra que ante un estímulo como este se da un movimiento no voluntario de desplazamiento en busca de algo, sin duda motivado por las lluvias de balones de playa y paracaidistas de plástico en las playas durante los años 80.
8 - El egoísmo. El sujeto no sólo dirige su mirada hacia el punto de fuga mencionado sino que da la espalda al sujeto oyente y lo bloquea por si fuera algo de comer lo que se avecina del cielo. ¿Puede tener la ascendencia judía algo que ver con esto? Tengo que revisar los historiales.

Del 20% restante un 10 % me recomendó un quiropráctico para el problema de vértebras y el otro 10 % restante aprovechó para bajarme los pantalones (del pijama, gracias a Dios estaba en casa) y tuve que castigar pavlovianamente su conducta con baños de electrocución.