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lunes, 8 de agosto de 2011

En el tren

Tengo un coche viejuno y ruidoso que resulta ser un eficaz medio de transporte como he podido comprobar en varias ocasiones. A veces, por problemas ajenos a su condición porque es un buen coche, me ha dejado tirada en distintos puntos de Málaga y provincia. Bien es verdad que en el momento invoco a espítirus malignos para que se lo lleven al infierno, pero cuando es finalmente la grúa quien responde a mis demandas y al cabo se lo llevan a ese infierno de los coches que debe ser un garaje de coches rotos, tal como se lo están llevando voy yo haciendo  pucheros y me siento vil y malvada, y abandonada también, es verdad, pero sobre todo ruin. Al fin y al cabo era un eficaz medio de transporte.
Pobre coche.
Cuando pasa la culpabilidad y hablas con el mecánico empiezas a pensar que gracias a Dios existe la seguridad social, porque si todos dependiéramos de médicos malvados y engañifes y sacacuartos como los mecánicos, todos estábamos muertos o durmiendo bajo puentes. Qué voy a contar que no sepáis de los mecánicos, son una raza, como las peluqueras, las francesas de mediana edad, o los funcionarios de la administración. Lo que pasa es que son de nuestra misma especie y eso les hace más peligrosos. Si al menos Dios hubiera tenido las luces de Tolkien y los hubiera hecho más identificables, nos ahorraríamos las sorpresas.
Como cuando mi hermano me dijo que su novia era peluquera. Ay qué bien, pensé. Por fin una peluquera a la que podré explicar con libertad lo que quiero que me haga y que no hará lo que le salga del santísimo moño. Fatal error, la verdad, mi cuñada tiene una peluquería ahora que va a pisar su prima Rita porque aquí la que les habla ya ha tenido experiencias variadas como tintes de colores. Luego resultó que su hermano, de mi cuñada, mi concuñado exactamente, era mecánico, lo que prueba mi teoría de las razas a nivel genético.
Y allí, another fatal error, llevé a mi pequeñin enfermo de la culata para que me lo mirara y chequeteara con el fin último de seguir tirando milla y haciendo ruido a lata durante tanto tiempo como fuera posible.

El lunes te llamo, me dijo. Era jueves. Bueno, pensé, es justo. Los mecánicos no trabajan los sábados, su religión debe prohibírselo, así como pronunciar correctamente todos los sonidos de las palabras o mirar directamente a los ojos. Supongo que si lo examina el viernes concienzudamente y medita el sábado, dejando el domingo para el descanso del guerrero, el lunes es un buen momento para recibir la fatal noticia del fallecimiento de todo el preciado mecanismo o la no menos fatal noticia de su costosa reparación. Pero el lunes no llamó, qué concuñado este más despistado, debió olvidarse.
Había yo tenido ya contacto durante unos días con el siempre sorprendente mundo del tren de cercanías, del que me alejo y al que vuelvo como el mar a la aldea mediterránea de Serrat, siempre con funestas consecuencias para mi bienestar emocional. O su búsqueda incansable.

Pero un par de días en el tren apenas hacen mella, salvo por perder cada día el triple de tiempo del acostumbrado en llegar a los sitios. Al principio hasta gusta, porque es más épico, más de película, si hacemos una elipse en cuanto a cómo has conseguido el sitio junto a la ventana y pasamos directamente a la escena en la que, barbilla en mano y codo en ventana, miras al otro lado sin importar lo que ves (porque si te importara lo odiarías) y pones en tu mente como banda sonora "everybody is talking at me, I don´t hear a word they´re saying... only the echoes of my mind...". Algo así. Y también puedes imaginar que alguien se ha enamorado de ti en el tren, como cuando una es adolescente y se enamora 300 veces en un día, sin mayores consecuencias.
Pero este efecto casi placentero suele durar sólo un par de días.
El lunes de la no-llamada, me posicioné en el andén justo antes de que empezara a sonar el tracatrá del tren, porque todo hay que decirlo, puntual es puntual que te cagas. Minuto trece, guardo el libro, minuto catorce  me deslizo junto a la columna del final del andén, minuto quince llega el tren y se para generosamente en el mismo punto, centímetro arriba, centímetro abajo, que ayer a la misma hora. ¿Qué tenéis que decir a eso, ingleses? Mi ya legendaria xenofobia me trae a las mientes que sí, mucha puntualidad inglesa, pero allí os da el sol por un colador, coméis rubbish y llueve todo el rato. Y sí, el tren llega a su hora aquí. JA.
Lo mágico ocurre entonces. Cuando llega el tren, digo. No todos estamos allí a la misma hora, ¿no es así? ¿Pero acaso hemos hecho cola, como en el autobús? No ¿Se respetan los turnos acaso? Imposible. Comienza la danza de entrar en el tren. Suena el pitido inicial mientras salen los que salen y se posicionan los que esperan entrar. Comienza el juego. Uno casi se cuela por la izquierda que está muy mal visto, es como un fuera de juego; tampoco hay que tocar a nadie, alguien podría fulminarte con la mirada y caerías en desgracia. Tampoco hay que avasallar a las señoras mayores, hay más bien que cubrirlas en posición de defensa y en la medida de lo posible girar en torno a ellas, para adelantar en ataque. Si dudas a la entrada entorpeces el juego y puedes ser de nuevo fulminado por lo que debes dirigirte hacia adelante, donde quiera que ello te pueda llevar, tal vez a un sitio libre, a ser posible en dirección de la marcha del tren, aún mejor si puedes ir junto a la ventana, mejor aún si no tienes a nadie a tu lado, pero el golpe supremo es no tener a nadie alrededor. Eso es una vida extra. A veces se da el caso de que el dirigirte adelante convencido de tus posibilidades te lleve a un callejón sin salida: perdiste sitios que pudiste haber ocupado y ahora no hay vuelta atrás. Te agarras a la barra y sabes que hoy ya nada puede salir bien. Esos días son horribles.
Por lo demás los viajes en tren son agradables. Normalmente se puede leer o se pone uno los cascos y no se entera, pero a veces, sólo a veces, los destinos de todos los individuos se fraguan a fuego lento en un vagón, como en Perdidos, y todo puede ocurrir. Pero yo no voy a contar nada de eso, la verdad.

Como el lunes no me llamó, le llamé yo el martes. Me pasa que siempre que tengo que coger el tren vivo en la intranquilidad de que ese día definitivamente voy a perderlo. Como norma he cogido la sana costumbre de no mirar el reloj hasta que llego a la estación, lo que me lleva a un frenesí de prisas y agitaciones nerviosas, sudores, calambres en las espinillas e insultos mentales a señoras con perritos y niños que no saben por donde van, a pesar de tener ya casi dos años. También contribuye a mi estrés autoinducido el hecho de que el móvil va unos 5 minutos adelantado (no lo he comprobado fehacientemente porque eso haría que perdiera su mágico efecto), con lo que al llegar a la estación aún tengo unos 10 minutos para descongestionarme, beber un poco de agua y llamar por teléfono a mi con-mecánico a ver que tal va el coche.
- Pues le tengo que mirar la culata.
¿Y qué has estado haciendo?- pienso
- Vale, cuándo me dices lo que sea.
- Mprff , eso hay que... eso es de levantahlo... (-) vé luego si (-)... no sé lo que vachá de tiempo. (-) llamo mañana y ya (-) digo a vé.
-(Silencio).
-¿Vale?
- Vale vale.
No tuve tiempo de pensar porque el tren llegaba y todavía no había calentado cuello y hombros. Pero a la vuelta, por la noche, cuando el tren es más triste porque las ventanas sólo reflejan el interior, me acordé de mi familia con-política con saña y rencor.
Al día siguiente resultó que no me llamó. Me había leído ya dos libros y había estado meditando acerca del exceso de población en la zona cuando al día siguiente le volví a llamar.
- Mecánico, ¿qué?
- Pues mira..
- (Silencio).
- No te lo he podío mirá.
Hio puta, pensé.
- ¿Y entonces?
- Mira, yo le voy a hacé (-) y cuando eso (-) yo te retifico la culata le pogo lo maguitos (-) se quea  nuevo, pero claro (-) te via cobra poco (-) y luego yo te llamo. ¿Te parece?
- (Aturdida). Yo lo que tú veas, mecánico. A mí el coche me hace falta, la verdad, pero lo que me interesa es que se quede bien.
- Aro, aro. Eso es lo que yo te digo que al finá (-) (-----) y te llamo.
Y no me llamó, estaba claro. Llegó el viernes siguiente (el segundo viernes sin coche) y era principio de agosto. Este fin de semana pasado. Yo trabajaba en el aeropuerto; negra estaba ya de dindondin y de guiris que no sólo creen que lo sabes todo de allí, en particular de dónde salen sus vuelos respectivos (yo qué sé señora, hay 200 puertas de embarque, mírelo en una pantallita de esas, yo vendo libros) sino que además están seguros de que hablas su lengua, cualquiera que esta sea.  Tengo ya elaboradas unas 1000 caras de no-entiendo-nada-de-lo que-me-dices diferentes y ninguna de ellas es suficientemente efectiva como para que dejen de hablarme en lenguas que no conozco. He de reconocer que a veces les entiendo y hago como que no, pero quién no.
Total, que iba ya negra. Al entrar en el tren no había sitio, la partida se había jugado mucho antes de que yo llegara, y sólo faltaban por acomodar unos 50 kilos de equipaje per guiri en un espacio ya de por sí saturado. Por otro lado, el ambiente festivo del friday night había subido los decibelios de las voces de los que ya estaban acomodados, como si con el tiempo el vagón se fuera convirtiendo paulatinamente en una verbena de pueblo.
Y digo yo: ¿qué necesidad tenía yo de saber que el grupo de amigos gays sentados detrás de mi planeaban irse a Berlín a pasar un finde, pero que Jesús decía que era mucho mejor ir entre semana porque iban a gastarse lo mismo pasando más días? ¿qué necesidad tenía de saber por qué venían arrastrando rencillas desde el día que habían planeado ir a la cabalgata del orgullo gay y algo no salió como esperaban? Es más, ¿por qué al girarme hacia otro lado, por humildad, porque mis oídos se empeñaban en oír, tuve que tragarme toda una conversación adolescente de chiquillas que habían tardado horas en ponerse el pelo totalmente vertical hacia abajo, inquebrantablemente liso y tapando de manera sospechosa zonas concretas de su frente o mejillas, acerca de si sus muy mayores padres que tendrían por lo menos, yo que sé, cuarenta o más, sabían o no sabían lo que ellas hacían cuando se iban a estudiar?
Aquello era un despropósito de voces, maletas, olores y estampados que estaba saturando mi sensibilidad decimonónica. Un síndrome de stendhal pero al revés iba a darme y empecé a pensar en la legitimidad de la bomba atómica cuando vi, con anhelo y desconfianza, como un naúfrago intuye un barco en lontananza, que se acercaba mi parada.
Próxima parada: Benálmadena, Arroyo de la Miel. Next Stop: Benalmádena, Arroyo de la Miel.
Por fin iba a salir del infierno. Estaba cansada, sudorosa, aturdida. K.O.
Me acercaba a la puerta, con irrefrenable alegría, para contemplar después extrañada cómo todo el mundo comenzaba a posicionarse junto a las puertas.
A mi me pareció que se bajaron dos millones de personas. Estando de pie en el andén, miré el tren vacío con añoranza, y luego miré delante de mi, a los dos millones de personas (maletas, olores, estampados...) subiendo una estrecha escalera de salida (la escalera mecánica no funciona por defecto, nació muerta) con la única intención de invadir mi pueblo, a golpe de bermudas, voces y carcajadas estruendosas.
Me quedé parada en el andén, como Penélope, y pensé que tirarme a las vías era absurdo porque el tren tardaría media hora en volver a pasar y para entonces podría salir de la estación sin problemas y todo habría pasado. Así que aguardé un poco, cogí el teléfono y llamé.
- Bueno, qué.
- El lunes lo tienes sin falta.
- Sí o qué
- Yo te llamo.
Creí que iba a llorar y patalear y a revolcarme por el suelo, pero se ve que es necesario llegar más lejos para un brote de histeria. Está claro que no quiero llegar.
Sólo puedo añadir que finalmente recuperé el coche (aunque aún le quedan cosas por arreglar) el miércoles siguiente a ese viernes fatídico. Me abracé a su parabrisas, le acaricié los retrovisores y el salpicadero y le prometí que lo lavaría más a menudo. Espero que no me vuelva a abandonar porque no sólo es un medio de transporte eficaz, sino que le quiero. Creo que le quiero.

lunes, 27 de junio de 2011

Lo que aprendí ayer

Ayer estuve leyendo un librito de unas 60 páginas que se llama "Manifiesto de economistas aterrados". Lo primero que debo decir es que me enteré sólo de algunas cosas y que si el manifiesto tiene 20 páginas más me estalla la cabeza. Ignorante que es una en menesteres económicos.
Pero me dejó rumiando, que es de las mejores cosas que te pueden pasar con algo que lees. Y saqué algunas conclusiones.

1. Que los mercados financieros, dicho así en abstracto, fueron concebidos en base a una idea errónea: que estipular un valor a nivel global podría ayudar al equilibrio económico. 
Se ve que no es así, que no se trata de un señor con una maza que adjudica el precio final de X, sino que las consideraciones de los mercados financieros (allá en el círculo de infierno en el que se hallen) son performativas, esto es, que crean realidad en lugar de describirla, y que por más que nos tranquilice que haya un señor con una maza en el quinto infierno diciendo que pesetas a cuatro reales, ese señor QUIERE que las pesetas estén a cuatro reales y al final se saldrá con la suya. ¿Podríamos decir entonces que los mercados financieros son el demonio? Sí, o un subproducto suyo surgido en un momento de aburrimiento y de matar moscas con el rabo. 

2. Que todo lo que se puede aplicar a la economía doméstica NO se puede aplicar a la macroeconomía. Esto es simple y muy tontorrón, pero yo tenía más que claro que la ley de la oferta y la demanda era como la gravedad, que no se ve, pero que está ahí, haciendo fuerza. Y resulta que no.
En este caso el ejemplo era muy didáctico. Cuando sube el precio de un producto, normalmente baja la demanda (a no ser que su público objetivo sea un colectivo friki) y así se autorregula el mercado. Pero en el caso de las entidades financieras ocurre lo contrario porque cuando sube el valor de un producto todo el mundo pierde el culo por tener más y más de ese producto, pensando en sus rentas. Y de ahí (y de los bolis bic vacíos) surgen las burbujas. 
Otro ejemplo de esto es que todo el mundo en su casa, cuando está en crisis, gasta menos. Pero en los Estados la cosa no funciona tan así. Precisamente en los momentos de crisis es cuando se requiere una mayor inversión en educación, en creación de empresas, incluso en sanidad y seguros sociales, porque todo ello en el medio y largo plazo procura una subida generalizada del nivel de vida. Y ahí llegamos a otro punto conflicto que es

3. Los impuestos. La bajada de impuestos es contraproducente, fíjate tú. Precisamente porque con menos impuestos, el Estado carece de solvencia y no puede llevar a cabo la más mínima inversión (que es lo que hace falta) y permite que las rentas altas se queden con lo que tienen y las rentas bajas tengan que invertir, además de en sobrevivir, en aquello que el Estado está dejando de procurar. 
Ejemplo:
       a) Mi dinero es mío y me lo gasto como quiero. Que sé yo, lo guardo en bancos suizos. O lo tiro al río.
       b) No tengo un duro y además tengo que pagarme la carrera porque el Estado recorta en becas. Como no me la puedo pagar me dan por la trastienda, hago el sudoku del adn en la cola del paro cada mañana y miro con pavor cómo mi prometedor futuro desaparece sustituido por una idílica y pastoril estampa tocando la flauta en la puerta del metro. Noche de paz, que fue lo que me enseñaron en el colegio.

4. Que todo esto es una conspiración judeo-liberal. Se creían ustedes que Europa era un continente ¡Ja! ¡Es una mafia! Parecía que la Europa unida era una cosa así como de Jarcha, cogidos de las manos y cantando a la libertad, con una moneda única que, ni para ti ni para mí, lo dejamos en el valor del marco alemán, con un objetivo claro de unificación económica y social, un futuro de paz y prosperidad, como el discurso de navidad del Rey. Como los panfletos de los testigos de Jehová, los niños con los leones, los mapaches con las serpientes, los negros con los blancos, sin armas, sin retretes, sin luz eléctrica... ya casi lo conseguimos. 
Pero en definitiva lo único que se ha conseguido es abrir las fronteras comerciales y eliminar las trabas de la globalización. El único objetivo era instaurar el neoliberalismo en todos los Estados, sin tener en cuenta otras connotaciones sociales, culturales o políticas. O no sé, democráticas. 
No importa a quién votemos, las normas vienen de un liberalismo solapado pero manifiesto que las impone por encima de nuestras propias constituciones nacionales. 
Nada de presupuestos globales, nada de solidaridad entre países, quién dijo eso, al contrario. 
El caso de Alemania me parece claro. Las imposiciones dentro del estado alemán han permitido que a pesar de la crisis y de las restricciones internas haya un excedente en el mercado exterior que compite deslealmente con las economías más frágiles de la misma Europa. Y requiere para sí unas condiciones de apertura (subida de intereses y demás) que claramente perjudican a países como Grecia, Portugal, Irlanda y España. 
Y hablemos ahora del Banco Central Europeo. En aras de ese liberalismo casi fanático, se prohibió expresamente que el BCE comprara deuda soberana de los países miembros de la Unión Europea. Para que seamos completamente libres, incluso de pudrirnos en el fango. Otros países como Estados Unidos han hecho que sus bancos nacionales compren su propia deuda y consiguen así darse un respiro. A nosotros la alternativa que nos queda es el "rescate", y con ello voy al ¿quinto? quinto punto:

5. Los rescates son una extorsión flagrante a los países que no tienen alternativa. 
Por poner un ejemplo gráfico, la Unión Europea tiene una fuera borda y Grecia es un libio perseguido al que van a matar como mire atrás. Esa es la "ayuda" que da el dueño de la patera a los desesperados emigrantes que no tienen otra opción. Grecia se prostituirá en la calle de un polígono hasta que pueda pagar lo que debe, y nunca volverá a ser libre. Qué dramática que soy. 
Pero es así, y ¿quién valora la economía griega como de riesgo o no? Ajá, ahí volvemos al punto 1.
Las entidades financieras trincan la maza y dicen que Grecia no va a levantar cabeza ni aunque quiera porque aquí estoy yo para evitarlo, para subir el interés de su deuda a un 10 %, y para que se puedan imponer unas condiciones de trabajo y mercado que me salgan a mí de la maza. 
Si el BCE comprara deuda griega, podría estipular un interés mucho más bajo pero claro, eso no trae cuenta.

No tengo muy claro cómo, pero creo que de nuevo hemos vuelto al principio y con los cinturones más justos. Quien dijo que esto podía ser el final del capitalismo no se dio cuenta de que por mal que nos haga, está tan metido en nuestro organismo que terminar con él sería estirpar una gran parte de nosotros mismos (plagio descarado de un comentario de Miguel, ya te pagaré los copyraises). Ni siquiera lo tenían pensado pero les ha venido de perlas el formateo, no han perdido nada y resurgen más fuertes que nunca. 

Y lo que les queda por meter en la buchaca, que todavía se frotan las patitas cuando ven a Zapatero entrar por la puerta de las reuniones esas que hacen ellos. Le dan palmaditas en la espalda y les brillan los ojillos, pensando en los dinerales que un gobierno como el español puede llegar a extraer de las venas de los propios españoles.  Y además, que qué colonización, tú, Napoleón la hubiera querido para sí.
Qué vacaciones baratas que nos vamos a pegar, que cañitas bien tiradas, fresquitas, a euro veinte (incluye tapa) mirando al mediterráneo. Qué disfrute, qué solaz, pasándoles el recibo cada mes, qué pueblos tan bonitos, algunos blancos, otros azules, yo creo que si les perdonamos una mensualidad pintan uno verde fluorescente, o tiran la Puerta de Alcalá o el Acueducto. Y si les perdonamos otra, los vuelven a levantar. 

Ay qué miedo tengo madre... Que si aterrados están los economistas, el culo apretado se nos queda a los ciudadanos de a pie, que añadimos al pavor la ignorancia, y a la ignorancia, la indefensión. 

Nota: Perdonen la falta de exactitud, la perspectiva simplista y los posibles... probables... los errores. Tengan a bien apostillarme en las incorrecciones y si es necesario insulten un poco, que la letra con sangre entra. 



lunes, 6 de junio de 2011

El plan romero

Esta mañana he escuchado en la radio que se ha activado en Andalucía el plan Romero. ¿el plan qué? Pinche, leñe.
Sí, amigos, si notan el pavimento algo torcido o escuchan sonidos quejumbrosos procedentes de la madre tierra no se asusten, es que la península está sufriendo una concentración demográfica en la zona sur-occidental: es el Rocío.
Y no me digan que la foto no es clavadita a la hilera de la procesionaria del pino, véase:



La cuestión es que la movilización es masiva: 6000 profesionales nada más y nada menos, para unos 35 mil romeros, cuyas asistencias médicas más frecuentes serán:
"... los relacionados con reacciones alérgicas, traumatismos tales como contusiones, esguinces, fracturas y politraumatismos, dermatitis por contacto, síncopes y lipotimias, así como gastroenteritis, picaduras de insectos y ofidios o infecciones de garganta, nariz y oídos." Calor, campo, bichitos... es lo normal.
Pero no escatimemos:
..."150 efectivos desplegados en los caminos y la Aldea. Asimismo, se movilizarán 15 vehículos asistenciales (entre uvis móviles, ambulancias todoterreno y ambulancias de soporte vital básico) y ocho quads para zonas de difícil acceso, además de dos helicópteros medicalizados del 061. En la aldea de El Rocío se habilitará un hospital de campaña y un centro periférico de atención."
Pero lo mejor es ponerse en lo peor y para ello, más dotación: hay varios helicópteros, uno con cámara y dispositivo infrarrojo, gps's en los simpecados, un helipuerto nuevo (ya había 20) en la zona donde "sestean" y pernoctan los romeros...
Y para controlar el riesgo de incendio se desplazan 230 especialistas, vigilando desde 13 torretas, con 10 aeronaves, 9 autobombas y advirtiendo que "...en zonas forestales las candelas -encender hogueras- están prohibidas". Recordad, queridos niños, que aunque "candela" suena bonito, es también fuego.
Todo ello con la previsión de que andar, andar, lo que se dice andar, van a andar poco; el que más, tarda 4 días, porque suelen hacer su trechito a motor y luego al final se bajan del coche, para que no les digan que no peregrinan. Otros ni siquiera disimulan, pero a ver, cuando vienes de Bruselas, quién se va a creer que has venido andando. No digamos de Ibiza.
Pero no quiero que me malinterpreten, aunque me parecen ridículas las características del evento no me parece que esté mal que se haga efectivo un dispositivo de seguridad a su alrededor. Es lo que hay que hacer, porque luego pasa lo que pasa, con tanto buey y tanto burro junto.
Lo que de verdad me parece mal es que la mayor parte del camino transcurre en el parque natural de Doñana (donde una pernoctación no autorizada si no es en travesía, entre la puesta y la salida del sol y a volar, puede costarte unos 200 €).
La huella del Rocío es profunda, como el caballo de Atila:

"Durante la romería se concentra la entrada de miles de personas en el Parque Nacional de Doñana. Esto supone un gran impacto ambiental en unos ecosistemas únicos y protegidos.
Seprona ha manifestado en reiteradas ocasiones los malos tratos que reciben los animales que acompañan a los peregrinos. En 2009, El Rocío se saldó con 23 caballos muertos (en 2008 fueron 25) por agotamiento, inanición y maltrato, sin sumar los que mueren al terminar en las cuadras.
La principal amenaza es el aumento descontrolado de vehículos de motor, fundamentalmente todoterrenos que provocan ruido, humos y daños en el suelo al circular fuera de los caminos.
También la producción de basuras se dispara, así como el ruido de motores, amplificadores, gritos de día y de noche y los peligros de incendio. Asimismo, los cohetes y petardos lanzados son objeto de numerosas críticas al provocar molestias a vecinos y a sus animales (ganado y mascotas), además de suponer un gran impacto en las zonas protegidas, donde anidan un gran número de aves."

Ahora qué.
Más:

"Los intereses económicos que dependen de esta fiesta han provocado actuaciones peligrosas para la conservación de Doñana, como el caso del asfaltado ilegal del camino rural de Villamanrique de la Condesa a El Rocío, que fue denunciado por la Comisión Europea ante el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, por entender que vulnera la Directiva 92/43/CEE del Consejo, de 21 de mayo de 1992, relativa a la conservación de los hábitats naturales y de la fauna y flora silvestres (Directiva de Hábitats).
Este camino fue asfaltado por la Consejería de Agricultura sin contar con el preceptivo Estudio de impacto ambiental y sin tener en cuenta la Directiva de Hábitats."

No entiendo mucho de hábitats ni de directivas europeas, pero sé cómo se las gasta el personal cuando tiene la oportunidad. Sin por qué, sólo con la oportunidad.
Lo que no se puede es justificar todo eso alrededor de una virgencita de palo, pequeña como un pin, que he visto yo Wendolines más hermosas, a la que zarandean como bestias tras haber saltado una reja más bien alta pisando la cabeza del prójimo (que habría que haberlo puesto en los mandamientos: "no pisarás la cabeza del prójimo"), clavando codos en los ojos de los hermanos, y apoyándote en cabezas de bebés, para, ojo, llevar el trono que sostiene precariamente a la virgencita que algún día se desmoña, ya lo verás.
¿Tiene esto algún sentido?
O si no, a ver, lo planteo de otra manera: ¿alguien puede creer que esa virgen del el Rocío es la verdadera razón de todo esto? ¿de las borracheras, las pechás de comer, la suciedad, los petardos, los caballos muertos?
Vamosombre. Vamos a llamar las cosas por su nombre y reconozcamos que aquí nos gusta más un jaleo que a un tonto un puntero laser, pero jaleos destroyer, jaleos en plan tornado para luego aterrizar con Totó en el mundo de Oz (lo de las drogas se da por hecho, por supuesto), jaleos que no se los salta un galgo.
Y admitamos que todo lo que huela a monises en esta santa tierra encuentra las puertas abiertas y los pantalones bajados, siempre que no implique demasiadas explicaciones, ni burocracias, ni miramientos, y cuente con el agrado popular que sólo depende de la calidad del jaleo que proporciona el evento en sí.
Son cosas simbióticas. Todos contentos, se puede decir.
Pero todos no, eso también hay que asumirlo. Ya vale de hacer estupideces y llamarlas tradición, como si la misma palabra justificara los instintos primitivos de asolar por donde se pisa y luego contemplar tu propia huella con orgullo. Ya vale.

Hombre, ya.

jueves, 2 de junio de 2011

Un español, un pepino

Señores,
no se puede boicotear a los alemanes, porque no se puede.
Podemos no reirle los chistes, decirles "tú más" o "pues anda que tú" cuando se vuelvan a meter con nosotros o mirar para otro lado cuando alguno venga a saludarnos.
Pero no podemos recuperar Mallorca, o dejar de enviarles nuestra (pequeña) producción o dejar de alquilarles apartamentos en la playa.
Y se lo merecerían, porque de alguna manera parece que estén invadidos de un sentimiento corrosivo de ser el pueblo elegido por Dios o, en este caso, por el Euro.
Aceptemos con impotencia (de ahí que haya que aceptarlo) que Alemania está en su momento, va para arriba que se las pela y que además está inflada de orgullo y rellenita de crema (esto último se lo debo Miguel, inevitablemente), a lo que debemos añadir nuestra reacción ante su mirada por encima del hombro.

Ayer en la radio, en radio nacional concretamente (estoy últimamente muy como los señoras de cierta edad, oyendo las noticias en la radio desde la cocina y mirando el origen de lo que compro cuando voy al super; el otro día le dije en el mercado a un tendero que me echara las naranjas "buenecitas", que ya no puedo ser más mi madre, sólo si me cruzo la rebeca con fruición cuando refresca, que no se ha dado el caso) y el locutor planteaba la pregunta que buscaba la intervención de los oyentes: ¿qué le pasa a Alemania?
Y hubo respuestas varias y variopintas. Pero me sorprendió que en su gran mayoría "defendían" a Alemania, así entrecomillado porque todos matizaban en distintas direcciones.

Alguno dijo que Alemania era un gran país, que allí nos quieren mucho, que a Alemania no le pasa nada y que sólo hizo lo que debía hacer. No como nuestros políticos, que reaccionan tarde y mal, una frase que de tan oída no sabemos cuándo se ciñe al caso y cuándo no. Yo creo que Rosa Aguilar estuvo al quite, pero el toro (la UE) como el que oye llover. El caso es que a mi este hombre me sonó a emigrante de los de Juanito Valderrama, y noté cierto deje melancólico como el que tiene un hijo muy listo y otro... al que quiere mucho.

Luego llamó una señora que defendió con más énfasis la postura alemana. Dijo que ellos nos habían ayudado mucho, que eran los que nos daban las subvenciones con las que los políticos hacían las carreteras del Sur de España, (dicho así, tal cual, porque la señora era muy catalana y creo que de las que creen que en Andalucía nos gastamos las subvenciones en jamón y feria, cuando eso no es verdad, todo el mundo sabe que las subvenciones las coge todas la duquesa de Alba y, las que le sobran, los concejales de cosas y que si nosotros tenemos carriles de incorporación tan chiquitos es porque nos gusta el peligro y disfrutamos de la vida al límite. Pero de jamón nada, si acaso chorizo. Mucho) (Pero bueno, que digo yo que pasado despeñaperros también pasan cosas, ¿no?) pues eso, subvenciones del Sur, porque Alemania es la que paga más en Europa (a lo que el presentador añadió que también es la que más recibe, no sabía yo eso) y que gracias a ellos estamos donde estamos.
Bueno, a ver. Subvenciones sí, de la UE, no de Alemania, y también recortes en la producción agrícola, ganadera y minera; menos aceite, menos leche, menos carne, menos todo, para convertirnos en lo que todos sabemos, construcción, turismo y servicios, pero nada que pueda competir mínimamente con algún país europeo. Y por eso estamos como estamos.
Pero vamos, que es muy de aquí eso de mirar al norte con admiración, en éxtasis místico teresiano, henchidos de adoración, y al sur con mohín de asco. Señores, que el sur somos todos. Que no se nos olvide.

Luego la señora añadió algo que me pareció apuntar a algo interesante. No sólo eran mejores (a ver, esto es inferencia mía de lo que la mujer decía) sino que se llevaban lo mejor de España.  A Alemania le importamos (o le exportamos) un pepino y los españoles que quieran dejar de ser pepinos tendrán que marcharse, muchos de ellos a Alemania, donde tal vez asciendan a la categoría de pimientos y ganen unos sueldos más decentes, con muchas menos vacaciones (lo dice Angela) y contribuyendo de verdad al avance de la humanidad. Desde su posición de pimientos. Aunque eso es también una condescencia germana para con el mundo, rescatar a individuos valiosos de países pobres plagados de bacterias y verduras asesinas para salvarlos de la injusticia natural del lugar de nacimiento. No está mal eso.
Mejor estaría que pudieran quedarse con sus familias, pero eso ya no es competencia de Alemania, a ver si ahora hemos encontrado al enemigo extranjero y nos olvidamos del bapuleo que nos están dando los enemigos patrios.
Alemania tiene culpa de cosas. Se equivocó. La cagó a la alemana, como si todo hubiera estado previsto así, y ahora las indemnizaciones suenan a cosa de risa y ni de lejos van a llegar a los 200 millones de euros perdidos. Pero España tiene culpa de otras cosas, de no cerrar filas, de ir de víctima, de no dar un breve golpe en la mesa, asirse a la solapa de su propia chaqueta con las patillas erizadas y con el pecho hinchado y decir con voz grave "Pero oiga, qué se ha creido". En realidad fue más como cuando a Sara Montiel la pillaron a la salida del juzgado acabando ella de casarse con su fan cubano y dijo a la prensa, con cara de recién levantada, "¿Pero qué pasa? ¿pero qué invento es este?".
Total, hay cosas que nadie puede hacer por nosotros. En esta vida, como dice mi madre, no se puede contar con nadie y hay que mirar por uno, aunque en términos políticos esto sea de un nacionalismo inquietante, que pone los pelos de gallina. Pero creo que hay aplicaciones menos nocivas del cariño al terruño que no sólo son entrañables, sino sanas.

Lo que se me ocurre, aplicando una especie de activismo de andar por casa, es que podríamos en nuestros pequeños ámbitos de nuestras insignificantes vidas enmendar un poco el daño sufrido por la industria hortofrutícola española comprando pepinos españoles a mansalva, a espuertas, a paletadas.

Llenar nuestras despensas de verdes pepinos fresquitos, ponerlos en el gazpacho, en las ensaladas, hacerlos a la barbacoa, ponérnoslos encima de los ojos para evitar las arrugas, restregárnoslos en las heridas cual aloe vera, masticarlo como el chicle, hacer figuritas con ellos, grabar cortos con esas figuritas, vestirnos con ellos como Lady Gaga con los chuletones, sacarlos de paseo atados a una cuerda, echárselos a las palomas, instaurar un "Día del pepino" en el que puedas regalar un ídem a aquel/la que te importe un requeteídem, hacer una pepinada un domingo que haga calor (aunque eso puede doler un poco, creo) y mil y un usos que, siendo más realistas también han propuesto en el abc digital, con algo más de criterio pero no tanta ilusión como yo.

Amigos: ¡un español, un pepino! Si somos 47.021.031 españoles (¿quién será ese uno?), no es díficil calcular el número de pepinos que resultan. ¿Que son 200 millones de euros en pérdidas? Pues hay que comprar más de uno, eso es así. Por lo menos 4 por cabeza, el número perfecto para hacer malabarismos de calidad. Y luego a compostarlo todo, lo echamos al campo y a criar más pepinos. U otras cosas, tampoco hay que cerrarse.

Y de Alemania que se preocupen los que se tienen que preocupar, porque está claro que de momento, con Alemania no puede ni Gott.