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viernes, 11 de septiembre de 2009

Terror en el hipermercado

Ayer me contaron una historieta.
Me dijeron que habían despedido a un guardia de seguridad de Media Markt porque a la hora del cierre...
Bueno, lo cuento bien. Estaban estando un guardia de seguridad de Media Markt y un jefe de sección (una sección) a la hora del cierre. Convinieron en repartirse las zonas a desparasitar de clientes quedando uno en la planta de arriba y otro en la de abajo. Hicieron un Comando Cierre Vamosquenosvamos.
Y se fueron.
En mitad de la noche, llamaron (no sé quién, me falta ese dato, pongamos que los servicios de emergencia ¿?) al gerente de Media Markt para que acudiera cuanto antes al centro comercial porque había un señor encerrado en la planta de arriba. Pegado al cristal que da a la escalera mecánica, me imagino yo, como un niño burbuja.
El señor fue liberado, eso ya no importa tanto, y el guardia de seguridad, que debió comprobar per se que todos los clientes habían abandonado el establecimiento, fue despedido. Pero lo que a mí me gustó, lo que me hizo dejar de picar pimiento y mirar hacia la persona que hablaba, fue escuchar que este señor, este héroe de la vida cotidiana, se había quedado frito en un sofalito de las teles, arrebujado como en el salón de su casa. Estupendo.
Él, indiferente a los mensajes consumistas, a los grandes carteles con exclamaciones de ofertas, a la música comercial que no para, que te invita a que no pares, a la gente que empuja, a las mil pantallas de muchas pulgadas emitiendo a la vez, había tenido el poder sobrehumano de echar una cabezada.
Me imaginé el momentazo en el que el señor este abriera un ojillo, despacio, y luego el otro, mirara alrededor desperezándose y descubriera que estaba... ¡hostias! ¡que me he dormido! ¡que esto lo han cerrao!... ¡Atrapado en el Media Markt!

Pensé que era una idea genial para un corto. Perfecto para alguien de audiovisuales. El tipo, solo, a oscuras, rodeado de electrónica del futuro hoy... Para no chafar la aventura, el señor no tendría móvil, o lo tendría sin bateria o fuera de cobertura, si no no tiene gracia. Lo primero sería comprobar que las plays están desenchufadas. Tras el chasco, bajaría a la planta baja a terminar de comprobar, como si hiciera falta, que no había ni un alma, al principio con prisa, como si se fuera a quedar sin oxígeno y luego despacio, pensando en que su mujer no le iba a creer ni media como no presentara un justificante de la policía cuando saliera de allí. Luego se pasearía un rato pensando qué hacer, elaborando en voz alta un plan de acción, toqueteándolo todo porque en esa situación es un deber moral.
Luego va al ascensor. Lo mismo, se dice el hombre, el ascensor este baja hasta el parking y por ahí me voy como el que no quiere la cosa. En tal caso, se dice, me llevaré algún recuerdo que bien me lo he ganado. Un ipo de esos o una xbox. Pero no va a tener suerte y está otra vez en la planta baja, toqueteándolo todo.
Se acerca a la persiana metálica y la agita y la mueve y grita, pero sin ganas, porque le está viniendo el sueño otra vez. No va a venir nadie, piensa. Aunque sin saberlo ya ha activado la alarma silenciosa y los servicios de emergencia ¿? ya saben que algo va mal.
Ya está, el teléfono. Sube velozmente las escaleras, sintiéndose un poco Bruce Willis, y se mete tras el mostrador de información de la sección de música. Había otros mostradores, pero el de música era el de su zona, porque estaba más cerca de su sofá. Agarra el teléfono con decisión y marca el número de su parienta. Loli, escucha, no te lo vas a creer, es lo que piensa decirle. O flipa, Loli, mu fuerte. Pero el señor no sabe que para hacer llamadas externas hay que marcar un prefijo y por lo tanto, no hay quien conecte con el mundo exterior. Mayday, mayday, dice, pero no suena más que un pitido continuo.
Se sienta suspirando en la silla tras el mostrador y ya empieza a pensar en qué muerte más mala, y en qué pocas veces le digo a Loli que la quiero.
Se levanta y aún le quedan 20 minutos (los servicios de emergencia ¿? son así, que lo mismo tardan 20 minutos que una hora que dos) toqueteando y toqueteándolo todo hasta que se escuchan pasos apresurados en los pasillos del centro comercial. El señor se precipita a la cristalera que da a la escalera mecánica (ese es el fotograma niño burbuja) y se pone a golpear el cristal. Estoy salvado! Salvado! Y desde fuera se le vería abrir la boca mucho pero no se le oiría ni gota.
Al fin lo ven, el ladrón está allí arriba, lo tenemos rodeado (los servicios de emergencia son muy pretenciosos a veces) y corren hacia la puerta a esperar a que llegue el gerente con la llave.
El señor baja y se pega a la persiana metálica: "¡que me han encerrado aquí, oiga, que yo no quería! ¡que es que trabajo mucho y se me ha ido el santo al cielo, desde las 6 que estoy despierto y pues... que me he quedado frito. Pero frito. ¿Me van a sacar de aquí?"
"Documentación" por toda respuesta y desde el fondo aparece corriendo un señor en chándal, el gerente, con el pelo de punta y la marca de la sábana en la cara.
Es el fin de la aventura. Nuestro héroe no sabe que acaba de pasar por su momento más glorioso, aunque con el ruido de la persiana metálica subiendo le ha invadido un no sé qué, como una nostalgia, como un síndrome de Estocolmo raro, que le ha recordado el sueño de su infancia de esconderse en la tienda de juguetes y esperar a que cierren.

1 comentario:

Rubén D. Caviedes dijo...

¡Oh Dios! ¡Terror en el supermercado! ¡Horror en el ultramarinos!

Yo no sé si sería capaz de quedarme dormido en el Media Markt. Y eso que sería capaz de quedarme dormido haciendo el pino-puente. Pero no en el Media Markt. Soy demasiado tecnoyoli, me entusiasma demasiado todo chisme que incorpore una pantalla como para caer en brazos de Morfeo. Ahora que, una cosa le digo, si tal ocurrirea a mí de allí no me sacan hasta las nueve de la mañana siguiente, me iba a pasar una noche de home cinema que no vea. Me pondría el sofá ante una tele de chorropocientas pulgadas , arrasaría con la sección de blu-ray y luego que pregunte la SGAE, si quiere.